lunes, 9 de febrero de 2009

Despertando la mirada


DESPERTANDO LA MIRADA

Una historia de historias…

a Guido Di Tella


En la Argentina, la memoria es una materia prima tan escasa y valiosa como el platino lo es en el mercado de metales preciosos. Esta exposición es un ejercicio en memoria, tanto como un tributo a una colección y el impacto educacional que ha producido en su público. Durante la última década, estas obras han sido expuestas en la Universidad Torcuato Di Tella, beneficiando a miles de alumnos que han pasado frente a estos cuadros año tras año, jóvenes con su mirada puesta en el futuro. Las imágenes de las obras han sido inconscientemente grabadas en su memoria, conectándolos con su propia herencia cultural.

Despertando la Mirada es una exposición de cien obras hechas por los artistas más creativos de Argentina. Juntas e individualmente impactan al espectador y estimulan su visión a contemplar las muchas maneras de expresar la verdad a través del arte. También la muestra es un homenaje al genio creativo de Guido Di Tella, el hombre que alentó a los artistas del sesenta y fundó esta Universidad en los noventa.

María y yo ofrecemos esta exposición a él para señalar nuestro reconocimiento de un sensible hombre renacentista, capaz de desarrollar sus ideas, concretar sus proyectos y dejar huellas anchas que nos ayudan a progresar por las vías de la educación, el fundamento principal detrás de cualquier tramado de cultura. También para que nuestros recuerdos de él no se queden en el pantano del olvido, juntos a aquellos de tantos otros argentinos ejemplares.

Las obras cubren medio siglo de vivencias, experiencias, anhelos y desafíos por parte de las personas involucradas en su creación y su conservación. Lo que vemos es el lado material de una historia de entrañables búsquedas y sorprendentes hallazgos, hechos por una pareja que puso el arte delante de muchas otras prioridades.

Juntar un centenar de destacables obras suena como una hazaña monumental. Podría implicar la inversión de sumas significativas y el apoyo de expertos. Pero, al ritmo de dos obras por año, un ojo selectivo, y contacto personal con los artistas, es al alcance de cualquier profesional o empresario. En nuestro caso, este desafío fue el motor principal de nuestro quehacer durante muchos años, muchos viajes, muchas experiencias.

Hay mil maneras de coleccionar. El caso del padre de Guido, don Torcuato, para quien se nombró la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), fue diferente. Recurrió a un consejero experto, Lionello Ventura, que conoció todos los caminos a las obras maestras de Europa. Los tesoros clásicos que acumuló ya se encuentran en la planta baja del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).

El enfoque de Guido fue distinto: armado de una incontenible curiosidad, una intuición perspicaz y unas ganas desmesuradas, dedicó sus inagotables energías a descubrir y apoyar, entre otros afanes, lo mejor del más novedoso arte nacional. Primero, inauguró la Fundación que lleva el nombre de su padre, en 1958, diez años al día de la muerte del prócer, y luego el Premio Internacional de Pintura del Instituto Torcuato Di Tella, adquiriendo una selección de lo mejor que llegó del exterior para entregar las obras al acervo del Museo, con la esperanza de que la colección sirviera como una herramienta para enriquecerse la visión de los artistas locales.

En el caso de las obras hoy expuestas en el Centro Cultural Borges, los cuadros, objetos y esculturas son el resultado de una acumulación sin un plan maestro y un propósito definido. Ninguna obra, resultado de esa apasionada búsqueda que empezó en 1959, fue comprada en una galería o un remate. Muchos son trueques por arte primitivo, algunos regalos, otras intercambiadas por textos míos, otras compradas a precios convenidos entre amigos.

Visto desde la perspectiva de hoy, parece un sueño. Reunirlas requirió largos viajes: a las cumbres de California, a un castillo al borde del lago Como, a las Malvinas y, por supuesto, a los centros tradicionales, Nueva York, París, Milán, además de visitas a talleres en todos los barrios porteños, cordobeses y rosarinos. En este caso, la colección es la manifestación palpable de la complicidad, de metas en común, de sensibilidades afines.

El periplo argentino empezó un sábado de primavera en 1960, de la mano del Grupo Ver y Estimar y Jorge Romero Brest, con una visita al taller de Antonio Seguí en el Circulo de Vanguardia Obrera Católica de Balvanera en la calle Cangallo al 2200. A partir de esta tarde se concretó una amistad que toda la familia aún goza. Con el paso de las décadas, encarna ya una segunda generación, con Octavio, el hijo de Antonio y Graciela Martínez, y también Julián, hijo de Tatato Benedit y Mónica Prebisch, y Mateo, el hijo de Pat Andrea y Cristina Ruiz Guiñazú.

Habían también caminos paralelos: el arte ritual, tribal, oriental. Bajo el rubro de ‘primitivo’, de América, África, Asia y Oceanía, que por su fuerza y su desparpajo, su elegancia y su eco de lo esencial, nunca pierde vigencia. Hoy, como hace cincuenta años, estas piezas me congelan la mirada y me dan vuelta la mente. Me han ayudado a evaluar los parámetros del arte contemporáneo en un contexto más universal.

Me hechizó el arte precolombino y oriental antes que el contemporáneo que, como término, ni existía en mi juventud. En mi breve carrera de marchand de arte primitivo, empecé a conocer a artistas que querían cambiar cuadros suyos por telas prehispánicas, máscaras africanas, o imágenes antiguas del Buda. Su fervor llegaba a tal nivel que hasta querían comprar mis tesoros por plata: Horacio Butler, Héctor Basaldúa, por ejemplo.

Fue en este entonces en 1967 que entraron Guido y Nelly Di Tella a nuestras vidas. Habíamos organizado nuestra primera exposición importante en Buenos Aires, en la entonces Galería Ronald Lambert a pasos de la Galería del Este y el Instituto Di Tella en la calle Florida al 900. El Instituto para mí fue hito en mi educación: conocí por primera vez los grandes jóvenes internacionales que Jorge Romero Brest invitaba a exponer durante sus frecuentes safaris culturales alrededor del mundo. También descubrí la ‘vanguardia’ local que solía congregar en las salas del Instituto los sábados a partir de su inauguración en 1963.

Guido y Nelly aparecieron uno de esos sábados de mañana en la Galería Ronald Lambert y les hicimos un tour guiado de la muestra, que ofrecía obra de Fernando Botero, Antonio Seguí, José Gamarra, Juan O’Gorman, el muralista mexicano, cuadros primitivos de Haití, tallas coloniales andinas y un centenar de cerámicas y telas precolombinas: novedades para el magro mercado de arte internacional de Buenos Aires en aquel entonces.

Les contamos nuestras experiencias, y aparecían las coincidencias, las inquietudes en común, sensibilidades compartidas y un cierto gusto por la aventura que moviliza siempre al adicto del arte. Empezó una amistad duradera, basada en respeto mutuo, metas compartidas y valores similares. Vimos crecer hijos y luego nietos.

El gusto de Guido siempre fue universal: demostraba la misma alegría frente una obra maestra histórica que frente una obra artesanal de gran originalidad. En fin, la casa de ellos fue un ecléctico pot pourri de estéticas, comprobando que se puede mezclar los objetos más diversos, mientras que cada uno en si tiene algo especial. Otra característica que nunca faltó en Guido fue un pícaro sentido de humor: lo aplicaba en todas las circunstancias de su vida, para la incomodidad de varios.

Empezamos a visitar los Di Tella en la calle Superí, donde vivía aún la madre de Guido. La decoración hacía eco del Viejo Continente. Se constató la fuerza de lo tradicional cuando Guido nos pagó unas piezas: uno de los billetes de cien dólares fue de una serie descontinuada en los años treinta. ¡Nunca había recibido un billete tan antiguo! Se confirmó el dicho norteamericano que hay gente de ‘dinero viejo’.

Guido empezó a fascinarse con las culturas precolombinas argentinas y decidió formar una colección de piezas de alto impacto artístico. En este entonces no había el mercado que posteriormente llegó a florecer en Buenos Aires, despertado en gran parte por su iniciativa. Uno tenía que ir a la fuente y conseguir las piezas de viejas colecciones locales en manos de los mercaderes sirio-libaneses, los comerciantes judíos y los frailes de las distintas órdenes misioneros de la Iglesia Católica.

Nos propuso ir a Tucumán, Catamarca y Salta. Partimos en el vuelo 560 de Aerolíneas el 16 de enero de 1968 con primer destino, la ciudad de Catamarca. Fue el bautismo en una aventura alucinante. Recorrimos de a ratos el noroeste del país consiguiendo piezas ejemplares durante varios años. Ahora forman la base de la Colección Di Tella de Arte Precolombino Argentino que está en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Cada viaje producía sus obras y sus anécdotas. Investigamos, seguíamos pistas que terminaban en la nada, volvíamos vez tras vez para adquirir una obra maestra que nunca aparecía, a veces llegamos tarde y algún misterioso personaje había ya llevado el tesoro. Cambiamos sillas y mesas, por ejemplo, para equipar un colegio, por dos maravillosas piezas condor-huasi. Todo valía en la misión de armar una colección para Guido. Al fin de varios años logramos el cometido y Guido gozaba de un centenar de piezas, muchas de ellas únicas en calidad y rareza.

Ya el intrépido coleccionista puso su ojo en otro siglo: empezó a sentir el imán de los cuadros de Fernando Botero. El artista pasaba por el mejor momento de su extraordinaria carrera. Guido había visto los primeros cuadros de Fernando en nuestra muestra en 1967, pero ya en 1970 Botero había alcanzado el estilo que marcó su imagen para siempre.

En aquel entonces yo tenía un acuerdo entre caballeros con Fernando: me vendía un cuadro por año a precio de galerista. El convenio duró hasta que el artista entró en un riguroso contrato con la Marlborough en 1971. Guido se enamoró de un óleo que colgaba en nuestro ‘penthouse’ en la primera cuadra de Juncal: el retrato de un obispo de túnica roja con una serpiente subiendo su bastón de mando. Nelly, como en tantas circunstancias similares, aceptó estoicamente el metejón de su marido. Pero, a Guido le parecían algo exagerado los 2.500 dólares que pedía para el cuadro que medía 150 por 110 centímetros. Por fin llegamos a un acuerdo mutuamente aceptable, pero las miradas pocas entusiastas de Antonio Cardenal Caggiano pusieron en peligro la presencia de este religioso colombiano intruso. Fue ‘persona non grata’ en el estar de Nelly y pronto apareció en Christie´s. El ‘Obispo’ encontró nuevo hogar.

En 1968, gracias a sus conexiones con el Instituto, el MOMA envió a Buenos Aires una delegación de su International Council, liderado por el legendario René de Harnoncourt y Monroe Wheeler. El curador de obras sobre papel, William Lieberman, los acompañó con un modesto presupuesto para comprar obra. Para atraer los integrantes a nuestro departamento para ofrecerlos arte primitiva, repartí una invitación fotocopiada en sus buzones del Hotel Plaza. El mismo René de Harnoncourt, entusiasta del arte precolombino, apareció en la puerta el mismo día con Monroe Wheeler, quien compró una vasija nazca.

La voz corría entre los miembros de grupo e hicimos varias ventas y amistades, sobre todo con Eugene y Margaret McDermott de Dallas. En años futuros armamos una buena colección de arte precolombino para ellos que pasó al acervo del Dallas Museum of Fine Art. A raíz de la visita, Guido y Nelly hicieron una reunión en la casa de Belgrano donde pude conocer más de las distinguidas visitas.

Lieberman me compró obras de Antonio Seguí y el brasileño Antonio Dias para el MoMA. El Instituto organizó el envío y el posterior cobro, que se atrasó. Samuel Paz pidió mi intervención en el asunto y logré apurar la llegada de los cheques. Vi estas obras expuestas por primera vez en 2006 en el Museo del Barrio de Nueva York en una muestra de tesoros de Latinoamérica de las reservas del MoMA.

Guido y Nelly ya se convirtieron en referentes para nosotros: nos encantó la manera que combinaron familia, arte, educación, buen humor y un cálido estilo de vida.

El más insólito cruce de caminos con Guido fue en el aeropuerto africano de Dakar en la oscura noche del 17 de noviembre de 1972. Guido se encontraba en un avión al final de la pista, volviendo a la patria con el General Perón, y yo, en el terminal, haciendo una escala en la ruta de SABENA que conectaba Buenos Aires con Bruselas. También viajaba en aquel vuelo el Padre Carlos Mugica, el sacerdote que nos había casado nueve años antes, acompañado por el hombre que dos años después aparentemente ordenó su muerte, José López Rega, fundador de la Triple A. Nos encontrábamos a unos doscientos metros el uno del otro en el medio de África, sin poder saludarnos.

Guido apaciguó su afán de coleccionista al entrar en la carrera política. Podía combinar la estimulante actividad con sus otras vocaciones empresariales, educativas, culturales, pero la política llegó a devorar sus energías. Nuestra relación cambió de rumbo: en vez de abastecerle con obras, pasé a inundarlo con ideas y proyectos relacionados con el arte y la educación, para aumentar el papel de la cultura en las erráticas actividades del gobierno.

En esta década de 1965 a 1975, se formó la base de nuestra colección. Ya habíamos cambiado varios cuadros por obras precolombinas con Antonio Seguí y compramos obras de José Gamarra que compartía el taller con Antonio. Cambiamos tres cuadros con Rómulo Maccio por arte africano en su estudio en Defensa 1356; comprábamos los clásicos grabados de ‘Ramona’ de Antonio Berni en cien dólares cada uno en su espacioso taller en Rivadavia 4139. Encontré ‘Ramona Montiel Cortesana’, que aparece en esta muestra, en un rincón olvidado de su taller: Berni me lo vendió por 240 dólares. Luego descubrí la larga trayectoria de la obra en museos de Estados Unidos. Manucho Mujica Laínez me condujo a la peluquería de Ana Sokol en la calle 25 de Mayo, donde ella me vendió cinco de sus deliciosos cuadros.

Cambiamos una voluptuosa figura de la India de la muestra ‘Asia’ que armamos en la Galería Bonino por dos espléndidos dibujos de Bobby Aizenberg en su casa-taller en Caseros 410. Compramos dos ‘Astrominotauros’ de Raquel Forner en su studio en la Cité des Arts en Paris; dos obras de Fernando Maza en su taller en Nogent-sur-Marne; y un dibujo de Jorge Demirjián. También deambulando por Europa, compramos obras de Valerio Adami, René Bertholo, Lourdes Castro, Antonio Dias, Leonardo Cremonini, Jan Voss y otros.

Poco a poco, el departamento desbordó de obras, pero la serie de muestras que hicimos en Bonino, primero ‘America’ (1969), en la calle Maipú, y luego en la flamante galería diseñada por Clorindo Testa a la vuelta de Florida, ‘Africa’ (1970), ‘Asia’ (1971) y la última, ‘Oceania’ (1972), iba disminuyendo el stock.

El Instituto Di Tella había ya cerrado sus puertas. Guido encontró una nueva manera de apoyar las artes desde su posición como director del Fondo Nacional de los Artes. Nosotros decidimos buscar un refugio tranquilo y fuimos a Colonia de la mano de Guillermo y Franca Roux. Ya nos gustó tanto la obra de Guillermo de esta época que nos adelantamos a comprar acuarelas aún no hechas para ganarles la mano a otros entusiastas.

En estos años, conocimos a Pat Andrea, hicimos cosas juntos aquí, en Colonia, en Europa, hasta en Java y Bali. Ilustró un libro en nuestra casa de la Playa Ferrando en Colonia, nos pintó un cuadro en nuestra planta baja de Talcahuano, donde estaba hospedado en aquel tiempo, y un galgo en San Pedro inspiró otra obra. Fuimos con Samuel Paz al taller de Ricardo Garabito donde conseguimos un óleo inolvidable; luego un par de pinturas de Adolfo Nigro; a lo de Pablo Siquier con Sonia Becce y compramos un cuadro de la primera época; también obras de Mariano Sapia, Martín Reyna y Emilio Torti, cuyo trabajo descubrimos en la Fundación San Telmo, y luego rastreamos en Rosario. Ya empezamos a tener más cuadros que paredes…

Los años difíciles transcurrieron más en Colonia, en el campo de San Pedro, que en Buenos Aires. Guido y Nelly pasaron unos años en Oxford. El lazo con Oxford se concretó unos años más tarde cuando David Elliott, el director del Museum of Modern Art de Oxford vino a Buenos Aires para organizar una muestra de arte argentino que viajaría a su museo. Tuve la oportunidad de trabajar con él en el catalogo y prestar un Seguí y un Kuitca para la exposición, además de contribuir con un texto sobre Kuitca a la publicación. Esta misma muestra volvió, después de escalas en museos en Stuttgart, Londres y Lisboa, a Buenos Aires y fue la estrella de la inauguración del Centro Cultural Borges en 1995.

Volviendo a la evolución de la colección que se expone hoy, cada año nos trajo alguna grata sorpresa. Lo más emocionante fue cuando descubrimos a Guillermo Kuitca y adquirimos varios de sus cuadros. Luego, seguimos con los jóvenes del primer Taller de la Boca: Daniel García, Mauro Machado, Manuel Esnos, Graciela Harper, Tulio de Sagastizábal, Sergio Bazán, Mariano Sapia, Julián Trigo… Compramos las primeras esculturas: maderas talladas de los cordobeses: Tulio Romano, José Landoni y luego Juan Carlos Der Hairabedian; además objetos de Jorge Simes y cajas de Fernando Allievi y Rosa González, todos de Córdoba. La escultora cordobesa Sara Galiasso nos hizo una fuente y luego una instalación en mi casa sobre el Pacifico en Chile.

Retomando la cronología, durante la presidencia de Carlos Menem, yo tenía cantidades de planes y proyectos para Guido. Nos vimos con menos frecuencia pero aumentó el volumen de mis cartas. De vez en cuando hablábamos de arte, pero el eje pasó a temas más substanciales. Le mandé un programa para unificar los esfuerzos de la Cancillería, para que cada eslabón contribuyera a producir una clara imagen de calidad internacional del país en el exterior. Imaginen como una acción así caería en los pasillos de un Ministerio.

Tal vez no debería quejarme, porque en 1997 la Cancillería me nombró comisario y curador del envío oficial a la XXIV Bienal de Sao Paulo. Fue el reconocimiento por parte de mi país adoptado que más aprecié. Después de un largo proceso de introspección y evaluación, terminé con dos candidatos: Jorge Macchi y Nicola Costantino. Sentí que debería esmerarme porque el curador de aquella Bienal fue Paulo Herkenhoff y el presidente de la Fundación de la Bienal, Julio Landmann, ambos respetados amigos de muchos años.

El espacio donde se desarrolla la bienal es desolador, frío e inmenso. El proyecto que me presentó Jorge fue genial, pero sentí que iba a perderse entre las presentaciones estrambóticas que lo iban a rodear. Nos dieron un espacio privilegiado, pero en el medio de un enorme vacío. El proyecto de Nicola de su ropa de símil piel humano revestido de pieles animales, que se tituló “Peletería con piel humana”, además de hacer eco de las últimas extravagancias ditellianas del sesenta, tan relacionadas con la moda, tenía una feroz atracción. Las ‘vitrinas’ que armamos con su ropa recibieron más centímetros de prensa y provocaron más curiosidad entre las multitudes que cualquier otro envío nacional.

Muchas de mis inquietudes trataban de temas no oficiales: como Guido no tenía el tiempo ni espacio para considerar todos estos temas, algunos los tratamos con sus hijos Luciano y Rafael o directamente con la UTDT. Fuimos a la casa a comer a veces, o hablamos en las oficinas de las empresas familiares en la bajada de la calle Esmeralda, y luego hubo breves reuniones en la flamante sede de la Cancillería. De alguna manera, se produjo una saludable sinergia entre las partes y se logró mucho en un variado abanico de temas.



1. Los Premios de Artes Visuales de la Fundación Torcuato Di Tella.

Los Premios Di Tella, por ejemplo, fueron el único camino para que un artista en vida tuviera acceso a las salas del MNBA. Después de un primer intento de revivir los tan aplaudidos premios, cuyo ganador fue Alfredo Hlito, se perdió el ritmo. Guido me nombró miembro del jurado junto con Daniel Martínez y Samuel Paz. Puse fechas y se reinició el proceso.

La discusión fue reñida en la segunda versión del Premio: ganó Antonio Seguí después de varias votaciones. La exposición salió genial, gracias a la incorporación de Julio Suaya como promotor del evento. El apoyo de su cliente, Telefónica de Argentina, fue crucial en el éxito. El presidente Menem inauguró la muestra y decenas de miles de personas la visitó en Buenos Aires y luego en Mar del Plata en aquel verano.

Nos organizamos a tiempo para el tercer premio que, con el mismo jurado, ganó Luis Fernando Benedit. También la exposición resultante tuvo repercusiones positivas y, gracias a Telefónica, se produjeron importantes catálogos-libros en los dos casos. Al llegar el momento de la cuarta versión, todo se complicó. Ya el MNBA había abierto sus salas a muestras de artistas de todas las edades con trayectorias más variadas: no había un padrón identificable de calidad. Mostrar en el MNBA perdió su sabor de consagración. Daniel Martínez había muerto: sugerí a Irma Arestizábal como el tercer integrante del jurado. No pertenecía a ninguna pandilla cultural. Se agregó Jorge Glusberg en su papel de director del MNBA y Julio Suaya, sin voto, como representante de Telefónica.

El jurado nunca se reunió. En el ínterin, el MNBA anunció en su programación del próximo año una exposición de Victor Grippo, ganador del Premio Di Tella aún no otorgado… Dadas las confusas circunstancias, la reunión de los jurados fue suspendida hasta una fecha aún no determinada. Para la continuidad, se necesita memoria y disciplina, roles definidos con poder de decisión asignado. Por lo menos, tres de los grandes, Alfredo Hlito, Antonio Seguí y Luis Fernando Benedit recibieron su merecido reconocimiento.

A fines de 1999, Guido y Luciano me pidieron un proyecto sobre la formación de un nuevo Instituto Di Tella en los galpones abandonados de Molinos Río de la Plata en Puerto Madero. Esta iniciativa nunca prosperó. (ver 11.) A la vez, hablamos de distintas posibilidades de una futura versión de los Premios y de los espacios dignos en Buenos Aires para alojarlo: el MNBA, el MALBA, el Borges o en el futuro en el campus de Figueroa Alcorta, hasta en Puerto Madero. A partir de 2002, Luciano se había entusiasmado con la posibilidad de reactivar el programa de premios, especialmente el de artes visuales. Barajamos varias alternativas, pero no fue posible encontrar un sponsor para reemplazar la debilitada Fundación Torcuato Di Tella.

2. El Centro Cultural Borges

Un proyecto que dio trabajo pero produjo satisfacción fue la creación del Centro Cultural Borges, un acontecimiento casi mágico. Salió de una reunión social en Punta del Este donde se encontraban Guido, Mario Falak y Roger Haloua, tres hombres con probada capacidad de realizar proyectos grandes. En su origen, Galerías Pacífico había aceptado la obligación de ceder unos 10.000 metros cuadrados de su superficie a la Sub-Secretaría de Cultura para un centro de artes visuales. Resultó que la Sub-Secretaría no tenía ni la plata ni el personal idóneo para un emprendimiento de tal envergadura.

En aquella tarde en Punta, Haloua aceptó el desafío de concretar el Centro en nueve meses, con el apoyo financiero de Galerías Pacífico, bajo un directorio compuesto de tres ministros de estado y unos civiles ejemplares. Ninguno de ellos tenía la más mínima responsabilidad definida. La fecha de la inauguración, sin embargo, fue inamovible. Combinaba con la visita oficial del Rey Juan Carlos y su mujer en Octubre, 1995.

Haloua me pidió un proyecto para constituir el Centro y entré como asesor inmediatamente. A Guido le encantaba dar un empujón a los proyectos culturales con visión a futuro, y tuvimos su apoyo espiritual incondicional durante los caóticos nueve meses del embarazo de una hectárea en ruinas. Había aciertos, logros, disgustos, fracasos, sobre todo en el tema de encontrar sponsors. Todo, sin embargo, cuajó a las mil maravillas y el Rey quedó feliz con la experiencia. La única desaventura de la noche: la encantadora Cristina del Campo, representante de Christie’s, raptó al Rey a otro rincón del vasto Centro para mostrarle la Corona de los Andes que la casa de remates londinense había aportado para la celebración del nacimiento del Borges. Lisa Palmer, la encargada de América Latina, se entusiasmo con el Centro Borges cuando se lo mostré en plena construcción y convenció a sus superiores prestar la Corona, valuada en 5 millones de dólares, al Centro Borges por 24 horas. La legendaria Corona, de la Virgen de los Andes, de oro y esmeraldas, cumplió un papel esperanzador al aparecer en la cuenca del Río de la Plata.

Luego, la infatuación de Christie’s casi se convirtió en romance: planificamos juntos la primera subasta de la casa de remates en Latinoamérica. El evento benéfico, sin embargo, se complicó. Se puso la coordinación de la selección en manos de una joven cuyo criterio no alcanzaba el nivel del Borges y tuvimos que retirarnos del proyecto. El remate nunca se realizó.

3. La incorporación del Museo Nacional de Bellas Artes

El MNBA decidió incorporarse al emprendimiento del Borges y destinamos espacios donde el Museo podría colgar selecciones de obras de sus enormes reservas. Cuando la UTDT adquirió las antiguas bodegas de Aguas Sanitarias en Figueroa Alcorta a la altura del Estadio de River Plate, negociamos un acuerdo con el MNBA para que también contaran con la presencia del Museo en la nueva sede de la UTDT, un masivo proyecto diseñado por Clorindo Testa.

El proyecto cumplía con la misión del MNBA de poder mostrar su ‘trastienda’ a públicos que no llegarían al mismo Museo en Avenida Libertador. En el caso del Borges, la unión duró poco: la continuidad no es prioridad… Con la UTDT, aún no se ha arrancado: las mil y un vueltas implicadas en realizar los grandes cambios han detenido este monumental proyecto, y el tema quedó en el olvido. Pero, sí, logramos concretar un acuerdo entre la UTDT y el MNBA. Jorge Glusberg nos ofreció el auditorio del Museo para los seminarios de arte contemporáneo que la UTDT había iniciado en 1996.

4. La relación con las Islas Malvinas

Como una telaraña casi incestuosa, las relaciones entre la UTDT, el MNBA, el Borges, los grandes artistas, la educación y la difusión del arte se extendía a áreas inesperadas: por ejemplo, las Islas Malvinas. Mi propia obsesión con el tema empezó en abril 1982 cuando las calles de Buenos Aires brotaron con afiches, vidrieras, graffiti y demás manifestaciones de apoyo a los soldados en las Islas. Yo salía todos los días a sacar fotos de este emocionante abanico de expresiones visuales. Por supuesto, mi compromiso me expuso a los peligros del momento: una noche justo después de haber cenado en Arribeños con Guido y Nelly, paré a sacar fotos en una dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores (territorio de Nicanor Costa Méndez en aquel momento) en la esquina de Reconquista y Ricardo Rojas.

Al subir a mi Fiat 600 rumbo a casa, me di cuenta que nos seguía un Ford Falcon verde oliva. Nos detuvo en frente de la Galería Bonino y me encontré con un revolver apoyado en mi sien. Me aplastaron contra la pared para una breve revisión y, gracias a Díos y mi nacionalidad norteamericana, nos llevaron a la Comisaría en Suipacha. Allí expliqué al oficial de guardia que solo registraba las imágenes de los carteles para que mis hijos y nietos pudieran algún día entender los insólitos eventos del momento.

Una década después, una publicación norteamericana me comisionó para escribir sobre las Malvinas como posible destino turístico. Investigué las posibilidades del viaje con la Embajada Británica y la Cancillería. Así es que fui el primer residente argentino que pasó una semana en las Islas después del Conflicto. Una de mis misiones personales fue buscar artistas jóvenes. Había dos artistas establecidos que se dedicaban a la naturaleza de su entorno: Tony Chater y Ian Strange. Después de preguntar a una docena de isleños, descubrí a James Peck. Tenía que caminar el largo del pueblo hasta el último grupo de casas. James tenía unos 23 años en 1993 y había estudiado arte en Londres. Estaba desarrollando un estilo personal y la obra trataba de sus tenues recuerdos del Conflicto. Hablamos de organizar una muestra en Buenos Aires, cometido que logramos un año después en la galería de Sara García Uriburu. Se vendieron todas las obras: Guido compró una serie de dibujos.

Al volver del viaje, me reuní con Guido para mostrarle mi texto. El viaje me aclaró una serie de dudas sobre la situación en las Islas. El tema más importante por lejos era la desactivación de las minas que habían quedado desparramadas por los lugares poblados sin suficiente información para ubicarlas. Guido intentó encontrar la manera de sacarlas, pero nadie, ni de Estados Unidos, Inglaterra u otra parte, podía garantizar una limpieza 100 por ciento segura.

Me parecía que la gran mayoría de los residentes aceptaría una buena oferta y vendería sus propiedades al gobierno argentino, si se decidiera el tema por voto secreto. La única manera de convencerlos, pensé, de la seriedad de una oferta sería depositar una suma significante en una cuenta en custodia de la sucursal del Standard Chartered Bank, la única entidad financiera existente en las Islas. Las posibilidades de esta solución se complicaron con el jolgorio de la prensa, y las circunstancias nunca permitieron florecer esta idea.

Como destino turístico, había posibilidades más concretas. La infraestructura de la base militar de Mount Pleasant es más grande que todo lo que hay construido en la Islas. Tiene un aeropuerto gigantesco. Convertir el complejo en centro de convenciones, con hoteles de distintas categorías, restaurants, tiendas, etc. sería factible. Las Islas tenían grandes posibilidades para instalar parques temáticos, a lo Disney – de piratas, viajes de exploración, guerras, la pesca, observar fauna, trekking, etc. La iniciativa proveería empleo a todos los isleños que querían trabajar. El momento aún no ha llegado…

Por supuesto, saqué fotos y, al volver, Julio Sapollnik me invitó a presentarlas en las Salas Nacionales de Exposiciones (ex-Palais de Glace) en la primavera de 1994. La exposición, que luego siguió en el verano al Teatro Auditórium en Mar del Plata, gozó de la atención de diarios, revistas, radio y televisión, y el ávido público llenó dos libros de actos de los más disímiles comentarios, de ex-combatientes, kelpers, políticos, estudiantes, extranjeros, etc.

5. La Universidad Torcuato Di Tella

Una de las decenas de miles de personas que visitaron la muestra fue Gerardo Della Paolera, rector de la UTDT. Me invitó a llevar la muestra a las paredes de la flamante UTDT, empezando su segundo año de clases, en la vieja sede de la empresa Pfizer. Los paneles de fotos de la vida cotidiana, la fauna y los paisajes y personajes de las Islas dieron cara y cuerpo a un incógnito: ningún argentino con la excepción de las tropas y algún que otro contratista tenía la más mínima idea de la topografía – paisajística o humana – del lejano lugar con tanto arraigo británico.

A Gerry le gustó ver las paredes del edificio con imágenes fotográficas, especialmente de un tema tan controvertido como el de las Islas. Le parecía una manera amena para introducir a los alumnos en el dinámico mundo de arte, una tradición tan ‘ditelliana’ como la educación misma. En este preciso momento, nosotros estábamos por mudarnos de nuestro departamento en la calle Talcahuano, con sus 200 metros de jardín. El espacio había entusiasmado a Guido y Nelly en unos de los muchos momentos en que buscaron una alternativa a la casa de Arribeños que, ya sin hijos, se convertía en un espacio inhóspito para Nelly. Pero el timing no coincidió.

Gerry vino a casa y vio todos los cuadros que aún no habían encontrado un nuevo destino. Sugirió que los prestara a la UTDT para el beneficio de los alumnos. La movida de unos cien cuadros salió. Los enmarqué con unas tiras de madera pintada que un joven artista armó a un costo ínfimo y salieron hacia Mignones en varios viajes de un taxi-fletero amigo. Fue una fiesta ubicarlos uno por uno en los pasillos, las aulas, las salas, la biblioteca y los despachos del rector y demás profesores. En esta fase inicial de la instalación y luego en el seguimiento, el apoyo de Hugo Vallejos fue crucial: nos brindó su espíritu de compromiso y el rigor de su actuar. Me hace acordar que le debo una foto de las Malvinas, las islas que sobrevoló como aviador en el Conflicto.

Guido había puesto la UTDT en las manos más aptas posibles para una tarea gigante que implicaba levantar una universidad de dimensiones internacionales. Gerardo Della Paolera es un vorágine de energía, generador excelso de proyectos e implacable al ponerlos en práctica. Bajo su hábil mando, la UTDT floreció. Tuve la suerte de acompañar el proceso, con títulos como Curador de Colecciones de Arte, coordinador del Departamento de Arte (en formación) y miembro del Consejo de Gestión Administrativa, del Comité de Desarrollo, y el Comité de Becas. Como todavía hay poca conciencia sobre la importancia de becas a universidades privadas, la tarea de convencer empresarios de donar 700 dólares por mes para becar un joven talentoso fue colosal. Tuve suerte con el Deutsche Bank y con Roberto Rocca, que quería conocer periódicamente el progreso de su becado. La experiencia de ver crecer un proyecto de la magnitud y valor de la UTDT es algo que nunca olvidaré.


6. Las Becas Kuitca

Guillermo Kuitca y sus inquietudes sobre la formación del joven artista llegaron a ser tema de muchas iniciativas – algunas concretadas, otras no. Conocí a Guillermo a fines del ‘80 en su taller en la calle Cangallo 2315. Me impactó su visión y empezamos a comprar su obra. En 1990, cuando le ocurrió la idea de crear un taller para jóvenes con comprobado talento, me pareció de una generosidad increíble. Este artista de 29 años estaba aún en el proceso de consolidar su propia carrera. Me di cuenta de que tenía la determinación y fuerza de carácter suficientes para manejar los dos emprendimientos simultáneamente.

Cuando me invitó a ser jurado junto con él y Thomas Cohn, el marchand uruguayo radicado en aquel entonces en Río de Janeiro, acepté con la certeza que el proyecto iba a superar sus expectativas y ser de largo aliento. Bajo el auspicio de la Fundación Antorchas y la vigilancia de Jorge Helft, el primer grupo de 16 artistas fue seleccionado entre unos 300 postulantes. El criterio que empleamos fue duro; la calidad y la originalidad primaron. Guillermo reservó el derecho de veto, según lo que sentía después de una entrevista personal.

Antorchas alquiló un amplio espacio de dos pisos en calle Irala 1505 donde se construyeron los box individuales para cada artista. Los jóvenes empezaron a reunirse regularmente: Guillermo asistía los viernes, almorzando con los chicos y revisando su trabajo en el espacio de cada uno. En la tarde un artista presentaba su obra nueva al maestro y sus pares para recibir los comentarios de todos. Daniel Besoytaurube viajaba de Mar del Plata y Mauro Machado de Rosario para asistir a las sesiones con Guillermo y quedarse el fin de semana pintando.

Condujimos a todos los coleccionistas, curadores, directores de museos y artistas relevantes que llegaron a Buenos Aires hacia el taller para mostrarles lo que hacían los artistas, y para acostumbrar a los jóvenes a manejarse entre el mundo internacional del arte. Servía porque se agrupaba un grupo representativo de lo mejor en un solo lugar. Al completar los dos años pactados con Antorchas, el grupo se quedó sin padrinazgo. Todos querían seguir un año más y Guillermo aceptó la propuesta que le hicimos con Adriana Rosenberg de continuar con el Taller de la Boca.

Salí a buscar amigos con la predisposición de apoyar las buenas causas. A cambio de algunos cuadros de miembros del Taller, el amigo aportaba cinco mil dólares. Conseguí a Guido que nombró a su hijo Rafael como el enlace; a Roberto Rocca de Techint; Edgar Gunther, el mecenas de los Premios Gunther en Argentina, Brasil y Chile; y Lorenzo Einaudi, hoy el presidente del directorio del Borges.

Ayudamos en internacionalizar las carreras de los artistas. Organicé una muestra en un espacio alternativo en SoHo. Coincidió con mi participación en coordinar un seminario en Sotheby’s y tuve la posibilidad de llevar a los 20 coleccionistas internacionales a ver la muestra en la empresa de transportes DAD de Michael y Susana Leonard en 619 Broome Street. Varios del grupo compraron obras: también el artista Red Grooms. Frank Stella y otros miembros del Establishment neoyorquino visitaron la muestra.

Acompañé a Guillermo a Washington donde montaba una muestra de su obra reciente en la prestigiosa Corcoran Gallery y para cerrar las negociaciones para una muestra del Taller en el Museo de las Américas de la OEA. Los dos eventos fueron éxitos y la muestra del Taller seguía a Detroit a la Galería George N’Namdi. Varios de los artistas encontraron galerías gracias a estas movidas.

Rafael seleccionó algunos cuadros de los artistas del Taller y Guido respondió a llamadas de urgencia de logística como un caballero. Para todos, fue una experiencia grata que cumplió armoniosamente con su fin. Seguí como jurado en las próximas dos Becas. El segundo grupo encontró su nuevo hogar en lo que hoy es la sede de la Fundación Proa, bajo el auspicio de Techint. La tercera se trasladó al último piso del Centro Borges, vecina de la Escuela de Ballet de Julio Bocca, hasta que Guillermo fue nombrado profesor de la UBA con un espacio oficial. El círculo se cerró después de una década: un proyecto que recibió rechazos de las instituciones oficiales al principio se convirtió en un programa estrella de la misma UBA.

Durante el transcurso de estos cambios, tratamos de encontrar una sede permanente para las Becas Kuitca, como ya se conocía el proyecto de Guillermo. Intentamos ubicar el Taller en el universo ditelliano. Hubo conversaciones con Guido, con Gerry, y con Rafael, sobre como ubicar el programa de becas en el espacio de la UTDT, pero la universidad aún no tenia la capacidad de incluir nuevas áreas de acción. En estas idas y venidas, con Rafael convencimos a Guido de que un Kuitca en su sala de Arribeños sería un aporte. En 1994 compró una obra fabulosa. Cuando la obra de un artista entra en la casa, el contacto es diario y el diálogo permanente.

7. Acercamientos a Colonia del Sacramento

Nosotros descubrimos a Colonia gracias a Guillermo y Franca Roux y, en aquel viaje inicial en aliscafo, compramos la casa que después pasó a ser de los Benedit. Un año después compramos el casco del River Plate Estancia Company, una propiedad cuyos títulos datan desde 1750. Guido y Nelly tuvieron una larga historia con Uruguay y compartieron nuestro amor por Colonia, visitándonos en ocasiones excepcionales, como el casamiento de nuestra hija Tania con Luis Garat, actual encargado de procurar recursos para el Centro Cultural Borges.

Nos había instalado en Colonia con una serie de distintas actividades: con Roger Haloua pusimos una galería de arte con Susana Aramayo, la marchand de Montevideo y Punta del Este. También, con Roger, abrimos un restaurante, La Pulpería de los Faroles, donde solíamos colgar obras. Con Gerry habíamos desarrollado la idea de utilizar a San Pedro como lugar de retiro para profesores y visitas de la UTDT. Hicimos el experimento con Robert Fogel, Premio Nobel de Economía, y su mujer Ined Morgan, rectora de la Universidad de Chicago. Pasamos un día maravilloso entre San Pedro y nuestro restaurant La Pulpería de los Faroles, comprobando que la idea tenía validez.

A esta altura buscábamos algo más sólido, más creativo. Se me ocurrió una idea de cómo enriquecer nuestras vidas en Colonia. Guillermo llevaba los ‘becarios’ un par de veces en diciembre como viaje de egresados. Traté de unir a Guido, Guillermo y Joe Tulchin, también dueño de un Kuitca, conferencista en la UTDT y director del Woodrow Wilson Center en Washington, amigos entre ellos todos, a construir casas sobre las barrancas del río y armar un centro para reunir mentes afines para elaborar proyectos creativos en arte, economía, historia, lo que sea. Otra vez, el timing no correspondía con las mutuas realidades.

8. Un proyecto de casa-museo

En ese entonces, otro proyecto que estudiamos con Guido se trataba de convertir la casa que Clorindo Testa diseñó para él y Nelly en la calle Arribeños en una suerte de museo para alojar la Colección de Arte Precolombino y otros tesoros. Había una suma de dinero disponible para lanzar el proyecto pero se quedaron mil detalles por definir. Guido me propuso el papel de director de un drama aún no escrito. La idea no prosperó: a Guido le costó pensar en dejar la casa donde se criaron todos sus hijos, aunque el formato ya le incomodaba a Nelly. Al fin, la casa se vendió al colegio de al lado, y Guido y Nelly recalaban en la calle Ricardo Levene con vista al MNBA.

9. Los siete seminarios anuales: ‘Artes y medios’

Los siete seminarios, bajo el nombre de “Artes y Medios” que organicé gracias al entusiasmo de Gerry servían de eslabón entre las iniciativas ditellianas de la primera época y las que vendrán en el futuro. Recuperaron las voces de varios de los actores de la década del 60 y abrieron la palestra para escuchar a los jóvenes. Validaron el papel del coleccionismo como una fuerza renovada, tomando en cuenta los variados aportes de, por ejemplo, Eduardo Costantini y Jorge y Marion Helft. Permitieron hacer historia escrita de mitos verbales, y registrar crónicas de anécdotas de antes, la savia de la cocina cultural argentina.

Al anunciar el primer seminario, ¿Cómo ver el arte actual?, el 23 de agosto de 1995, Gerry proclamó: “Desde los años ’60, “Di Tella” ha pasado a ser un término genérico en el lexicón porteño para la audacia en el arte. La UTDT quiere recuperar algo de este sabor tan especial que brotó en el Instituto Di Tella que animó la calle Florida hace más de 30 años cuando usted tal vez tenía la edad de sus hijos universitarios hoy. (…) El compromiso de la UTDT es que sus alumnos no solo adquieran y profundicen sus conocimientos en alguna disciplina, sino también tratar de exponerlos a la gran variedad de inquietudes que mueven al ser humano. El arte y la cultura son fundamentales entre ellas.”

Vale la pena recordar la trama de este esfuerzo en conjunto: participaron en la sesión sobre el artista - Benedit, Kuitca, Roux, Emilio Torti; sobre el mercado de arte – Ruth Benzacar, Cecilia Caballero, Jorge Castillo, Cristina del Campo, sobre los museos – Mariano Bilik, Raúl Santana y Julio Sapollnik; sobre educación – Alberto Bellucci, Américo Castilla y Jorge Demirjian; sobre la crítica – Fabiana Barreda, Elba Pérez y Julio Sánchez; y sobre el coleccionismo – Eduardo Costantini, Jorge Helft, Antonio Antonini, y Guido Di Tella. Se hizo una muestra de obra reciente de jóvenes artistas con cada sesión: Sergio Bazán, Graciela Hasper, Mariano Sapia, Carolina Antich, Mauro Machado y Daniel García. También había un ciclo sobre Cine y Televisión, coordinado por Andrés Di Tella.

El segundo seminario, en 1996, se tituló “Seis décadas de arte argentino” e incluía exponencias de Victoria Verlichak, Pablo Siquier, Luis F. Benedit, Eduardo Costantini, Jorge Gumier Maier, Guido Di Tella, Guillermo Kuitca, Martín Blaszco, Enio Iommi, Martha Nanni, Clorindo Testa, Luis F. Noé, Franz Van Riel, Pablo Suárez, Victor Grippo, Ruth Benzacar, Laura Buccellato, Alfredo Prior, Alfredo Portillos, Marcelo Pacheco, Diana Schufer, Guillermo Whitelow, Horacio Safons y Jorge Glusberg. El segundo y tercer seminario tomaron lugar en el auditorio del MNBA.

La tercera versión (1997) se llamó “Ser artista hoy” e incluía a Marta Ares, Carlos Macchi, Jorge Glusberg, Enrique Banfi, Eduardo Miretti, Victoria Verlichak, Raúl Santana, María Juana Heras Velasco, Marcelo Pombo, Graciela Hasper, Carlos Gorriarena, Patricia Landen, Nicolás García Uriburu, Juan Cambiaso, Guillermo Roux, Graciela Sacco, Javier D’Ornellas, Gregorio Díaz Lucero, Américo Castilla, Luis F. Benedit, Lucas Fragasso, Víctor Grippo y Guillermo Kuitca.

En 1998 se realizó el cuarto seminario: “Pivotes del Di Tella” con sesiones dedicadas a Luis Felipe Noé, Marta Minujín, Edgardo Giménez, Clorindo Testa, y en memoria de Jorge de la Vega. Participaron Irma Arestizábal, Gumier Maier, Jorge Helft, Marcelo Pombo, Ruth Benzacar, Guido Di Tella, Julio Llinás, Alejandro Vaca Bononato, Germán Gargano, Rosa Brill, Mariano Sapia, Nicola Costantino, Victoria Verlichak, Raúl Santana, Mercedes Casanegra, Mariano Sapia, Ana María Battistozzi y María José Herrera.

En 1999 realizamos el quinto seminario “¿Qué es el arte hoy? Cinco artistas en busca de una definición”. Antonio Seguí, Luis Fernando Benedit, León Ferrari, Víctor Grippo y Pablo Suárez dialogaban con Edward Shaw sobre definirse como artista en el complejo mundo de hoy.

En 2000 el sexto seminario se trató de “Visiones Singulares – Cinco artistas sin concesiones” reuniendo Roberto Elía, Oscar Bony, Marcia Schvartz, Fermín Eguía y Roberto Fernández en diálogo con Edward Shaw

En 2001 se presentó la séptima y última versión: “El artista en una sociedad en crisis” con Guillermo Kuitca, Arturo Carvajal, Luis Felipe Noé & Carlos Gorriarena, Sergio Bazán & Tulio de Sagastizábal, Américo Castilla & Oscar Smoje en diálogo con Edward Shaw.

Las transcripciones de los primeros tres seminarios fueron publicadas con introducciones escritas por Guido y han ido desparramando por el mundo: he tenido pedidos de usar los libros en cursos universitarios en Chile y Colombia. Falta ahora encontrar el auspicio para publicar las transcripciones de los últimos cuatro seminarios. En ciertos casos, como el de Oscar Bony, Víctor Grippo y Pablo Suárez, son testimonios espontáneos y frescos y, a la vez, profundos y reveladores, los últimos que quedan de ellos.

No hubo financiamiento para la octava versión del seminario. Se iba a llamar “¿Qué tiene el arte actual que ver conmigo?”. Dirigido a los alumnos, se trataba de una serie de temas que ayudaría introducir un estudiante al mundo de los artes visuales contemporáneos, con presentaciones de Guillermo Kuitca, Eduardo Costantini, Alicia de Arteaga, Julio Suaya y Nicolás García Uriburu entre otros.

Con el nuevo rector de la UTDT, Juan Pablo Nicolini, tratamos de seguir en otras direcciones. Tuvimos la idea de enviar una parte de la colección a una gira de universidades en los Estados Unidos. Hicimos una serie de contactos, pero los costos de embalaje, transporte y seguros sobrepasaron el presupuesto disponible. Con el presidente del ‘Board’ de la UTDT, Manuel Mora y Araujo, intentamos reestructurar la idea para mandar obras a museos provinciales, pero la constante incertidumbre financiera del país también coartó esta iniciativa.

10. Los galpones de Puerto Madero

En uno de los raptos de entusiasmo tan propio de Guido, compró los galpones de Molinos Río de la Plata, del complejo Bunge Born. Era un elefante blanco en busca de un domador avezado. Miles de metros cúbicos se sumaron en distintos grados de desorden y destrucción. Fuimos con Tom, Luciano y Guido: había una especie de jaula arriba de todo que le encantó a Guido para un futuro estudio. Cada uno se alucinaba con alguno de los espacios, pero ni la imaginación servía para ordenar este naipe de posibilidades. Volvimos vez tras vez con Luciano tratando de encontrar soluciones viables para los distintos espacios.

Guido y Luciano me pidieron el boceto de un proyecto para un renovado Instituto Di Tella en Puerto Madero, de alguna manera, compartiendo las actividades ditellianas entre el nuevo campus en Figueroa Alcorta y el molino de Puerto Madero. Recomendé la formación de un Comité de Desarrollo cuyos miembros ‘se destacarían por su capacidad de producir resultados, por su falta de vedettismo, sus credenciales académicas, su experiencia internacional, su visión de futuro y su compromiso con la cultura argentina como parte de la cultura internacional’.

Hice un perfil de una ‘mission statement’ y recalqué la necesidad de asegurar el financiamiento, en gran parte del alquiler de por lo menos la mitad del edificio a entidades institucionales o fundaciones. Fue un proyecto ambicioso pero factible en una Argentina de crecimiento sostenido. Las circunstancias no acompañaron la iniciativa y no se concretó.

Sobraban buenas ideas pero les faltaban candidatos para ocuparse con las variadas responsabilidades. Cuando Guido murió, el gigantesco proyecto aun no había logrado una definición.

11. Nuevo campus de la UTDT

Cuando Gerry estaba buscando los últimos millones de dólares para el plan maestro de la nueva sede de la UTDT en Figueroa Alcorta, me pidió un estudio que contemplaba la creación de una facultad de arte en el nuevo campus de la UTDT. Habíamos hablado mucho de cómo incorporar la antigua mística ditelliana en el emprendimiento actual. Concretamos el acuerdo con el MNBA para tener una sala dedicada a exposiciones que ellos generarían. Programamos un espacio más idóneo para esta colección de obras. Habría cursos, seminarios, se hablaba de las Becas Kuitca de nuevo, toda clase de iniciativas parecían posibles. Como suele suceder en la Argentina, durante los años que tomó conseguir los permisos oficiales, la economía nacional se deterioró, vino la crisis, y el proyecto se quedó en ‘stand-by’.

Se hizo un primer paso, como el gato marcando su territorio. Clorindo Testa diseñó una estructura en el parque del nuevo predio para determinados programas de estudios. Aquí colgamos una docena de cuadros de Daniel García, Mauro Machado y Emilio Torti, tres rosarinos con trayectorias en los Estados Unidos, y una obra de Julián Prebisch (Benedit), que acompañaba el clásico auto Di Tella en una sala grande. Coloqué un texto referente a Guido. Hasta allí logramos establecer una cabeza de playa en la futura sede de la Universidad.

12. Un acercamiento interamericano

En mis frustraciones con el estatus quo, busqué una manera de acercar los operadores en el circuito interamericano de arte. En este momento, el único punto de coincidencia es en los remates de Christie’s y Sotheby’s en Nueva York cada mayo y noviembre. Contacto directo entre mexicanos y brasileños o argentinos y colombianos no existe: se ven en Nueva York, o en algún evento clave en Europa o, en peor de los casos, en Miami.

Traté de diseñar un mecanismo que permitiera reuniones periódicas en territorios latinos. Si el arte latinoamericano vaya a tener alguna validez en el contexto global, son los mismos latinoamericanos que van a tener que lograr la inserción. Hoy no existe. Todos siguen mirando al norte, y cuando un artista latinoamericano es aceptado en el Norte, es un válido alternativo para un coleccionista del Sur.

Propuse que los jugadores fuertes en el tema se reunieran una vez por año, después de los remates neoyorquinos de mayo, en Miami y en la segunda semestre en algún lugar de la misma Latinoamérica. Así esta comunidad de intereses compartidos podría empezar a conocerse en situ. Las reuniones incluirían coleccionistas, marchands, artistas, críticos y otros interesados. Guido no lo vio como proyecto viable para su ministerio: tenía demasiados problemas insolubles a nivel internacional para distraerse como preocupaciones puntuales de este hemisferio. Otro proyecto se encontró relegado al archivo de sueños incumplidos.


13. El proyecto Paralelo 33º Sur

Mis viajes alrededor del globo empezaron a poner la geopolítica en un contexto más claro. Perdía la dependencia en la idea que el globo es euro-céntrico. Después de conocer Sudáfrica y Nueva Zelanda, me di cuenta de que los otros países del Sur tenían mucho que ofrecer al desarrollo de un plan de futuro para el Cono Sur. En todo el fin de mundo, o el comienzo según los artistas Joaquín Torres García y Nicolás García Uriburu, los ojos se dirigían hacia Europa y USA. Una iniciativa para estimular intercambio sería beneficiosa para todos. Elaboré un plan y lo presenté a Guido, que también se encontró en el puro diálogo norte-sur. Me dijo que la idea era ‘far-fetched’, o sea fuera del reino de la realidad.

Seguía el peregrinaje a solas. Las seis ciudades que cuelgan del Paralelo 33º Sur son Buenos Aires, Montevideo, Santiago, Sydney, Auckland y Ciudad del Cabo. Encontré interés en circuitos oficiales en Santiago y Montevideo. El proyecto captó la imaginación de la directora de la Nacional Gallery de Capetown y dirigentes de museos en Sydney. Mi contacto en Auckland, Wystan Curnow, en reacción al comentario de Guido, me dijo: “Por supuesto, la idea es ‘far-fetched’. Todas las ideas geniales lo son.” Pero Guido no cedió y no encontré el respaldo para intentar a desarrollar la idea, que contemplaba intercambios, no solos culturales, sino también de economistas y gente de gobierno.

Desde Chile recibí un apoyo de la DIRAC, dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde había sido jurado en sus programas de aportes a la cultura. Luisa Ulibarri, la directora, llevó mi proyecto a una reunión regional en Buenos Aires, donde se quedó archivado para futuro estudio. Había tenido un momento de esperanza cuando Teresa Anchorena, la directora del Centro Cultural Recoleta quería presentar el plan a Amalia Fortabat. Pero pidió incluir Europa porque sin el Viejo Mundo presente, no iba a prosperar. No prosperó y creo que está es mi más grande frustración entre los mil y una ideas con las cuales traté de tentar a Guido.

14. Muestra homenaje a Guido: primer intento

En 2002 propuse un proyecto a la familia Di Tella que reunía para mí tres inquietudes aún no resueltas: una nueva edición del Premio; una muestra de los participantes en los Premios Di Tella (o Experiencias) de 1962 a 1968, unos 40 artistas; y una exposición que llamé los “Juguetes de Guido” que, como dije en la propuesta, son “los objetos exóticos y excéntricos que juntó, una maravillosa mezcla de lo clásico con lo cotidiano que caracterizaba tan notablemente su genio”.

La idea para iniciar una nueva serie de Premios Di Tella consistía en que cada artista que había expuesto en versiones anteriores tendría el derecho de seleccionar un artista joven como concursante en esta renovada versión del Premio. El jurado incluiría un extranjero como en los primeros Premios: sugerí a Thomas Messer, presidente honorario del Museo Guggenheim. El jurado otorgaría cuatro premios del mismo tenor, parte en efectivo y parte en forma de una muestra individual con catálogo en el Borges durante 2004.

Avanzamos bien, hasta topar con la barrera del financiamiento. Tantos buenos proyectos fracasan en la Argentina por falta de políticas a largo plazo. Si la continuidad no es constante, las ganas de recordar florece cada tanto, y esas ganas serán el fundamento de reactivar la errática memoria argentina.

Fin

La colección de nuestros cuadros creció y las paredes de la UTDT fueron disminuyendo. Los tableros de las actividades universitarias se multiplicaron y se iba perdiendo la integridad visual de las obras. De a poco se iban retirándo a espacios más ocultos y ya se está concluyendo el ciclo. En este momento, el anhelo de Gerry y mío de una facultad de arte se está realizando, gracias a la iniciativa del actual rector, Juan Pablo Nicolini, y las actividades de arte ya son propias de un equipo interno bajo la dirección de Inés Katzenstein, joven veterana del MoMA y del MALBA.

Para nosotros la experiencia ha sido un lujo, poder tener nuestras obras en un hogar donde en parte se ha cumplido con el cometido de despertar las miradas de los 1.001 jóvenes que pasaron delante de ellos durante los cuatro años de su formación universitaria.


Edward Shaw
Tunquén, Chile
Octubre – 2008

No hay comentarios: