miércoles, 11 de febrero de 2009

Colombia: viaje de iniciación

El Ojo Ajeno

Collage colombiano: un aún inconcluso viaje de iniciación

Colombia, para mí, es un viaje que empezó el 15 de diciembre de 1950 – a la tierna edad de catorce años – y que sigue fluyendo por los luminosos canales de mi memoria. Colombia cambió mi camino. Me convirtió en aventurero de la vida, en uno de los primeros pioneros posmodernos, en residente del globo grande, sin ataduras a una sola patria, sin las fronteras de tinta negra que aparecen en los mapas.

Descubrí mi propio Macondo antes que García Márquez lo tallara en palabras; conocía los personajes de Botero antes que los adhiriera tan finamente a la tela; sentí mi Sudamérica antes que Arciniegas definiera la libertad y el miedo.

La Colombia de mis primeras impresiones: una época anterior a la droga; un período de paz entre luchas guerrilleras, preludio de una aún más aguda; el Caribe de las primeras cumbias; los Llanos desiertos de cuerpos y almas; la Colombia de la bota bruta; la América emergente de la brocha de Diego Rivera.

Un adolescente de los suburbios de Nueva York, de un Manhattan pulcro y puritano, que apenas estaba probando las tentaciones de la posguerra, trasladado a un país andino. Variaciones climáticas, alturas que atacaban los corazones neófitos, sombras que amenazaban al desprevenido en aquellos años de Rojas Pinilla.

Mi primer recuerdo de Bogotá: el olor. La nafta dejaba sus residuos en la nariz; el Pielroja, su acre dulzura. La comida: frutas desconocidas, salsas extrañas, especies intrusas, texturas no reconocibles, perfumes que impregnaban la ropa, el pelo, persiguiéndome hasta la cama.

Las tinieblas generalizadas en las estrechas calles del Bogotá nocturno: los metros de tela gris oscura que envolvía a todos: sacos, sobretodos, ruanas, una monotonía de tonos grisáceos que reflejaba tantas veces el cielo opresivo. Las caras, con facciones nunca registradas por ojos curiosos pero inexpertos. Con cada ojeada devoré infinitas novedades.

Los ruidos de una ciudad en frenético movimiento, en contraste con el silencio impuesto, a sus espaldas, por las inmóviles montañas. La vida conducida en otra lengua, por palabras que apenas podía separar como tales. A veces, ametralladoras de sonidos que me aturdían. Mis pocos meses de castellano no me servían frente a tal avalancha de expresividad.

La sopa con sabor de hierbas desconocidas; el arequipe, dulzón, empalagoso: hasta la carne guardaba un gusto que me sorprendía. Los platos aparecían en el mismo orden, pero presentados en otro idioma. Tal vez lo que más rompía mis esquemas: la comida no tenía el sabor que esperaba de ella.

Me topé contra un mosaico de sensaciones que me costó trabajo asimilar. Había cambiado de mundo, de universo. Colombia parecía un planeta aparte, combinación de fantasías soñadas y realidades inesperadas. Colombia despertó en mis entrañas el reconocimiento de lo atractivo, de lo no experimentado: la seducción de lo primario, de lo esencial. Subía de su tierra una fuerza: en lo vegetal, tropical; en lo humano, primitiva. Me sentí en presencia de raíces profundas.

Como en cualquier relación, fui ahondando mis conocimientos a través del tiempo transcurrido y la distancia transitada. Cronológicamente, fueron muchas las visitas y los viajes. Cada vez conocí otro rincón del país que me abrió las puertas al mundo.

El joven de Estados Unidos, en aquel entonces, generalmente iniciaba su salida al mundo exterior por algún puerto europea, en camino a las capitales culturales, como Londres, París, Roma. Fue años más tarde cuando México y las islas del Caribe comenzaron a convertirse en polos de diversión para la juventud neoyorquina. Y Asia, Africa, hasta la luna, fueron agregándose solamente con la creación del Cuerpo de Paz y la iniciación de los programas espaciales.

Colombia, en aquellos tiempos, se vestía con una gran dosis de exotismo. Juan Valdés todavía no había entrado en los hogares de la república norteamericana. Uno de los episodios que más recuerdo fue leer que un grupo de intolerantes, montados a caballo, había irrumpido, cuando se celebraba un culto, en un templo protestante. Otra anomalía fue la primera llegada. ¡Quién iba a imaginar que el avión no lograría alcanzar su destino el mismo día de su salida! En aquella Constelación de Panagra, después de hacer escalas en Miami y Kingston, aterrizamos en Barranquilla para pernoctar, en espera de seguir a Bogotá cuando el sol se elevara sobre el Caribe.

Así pasé mi primera noche fuera de mi patria, en el Hotel del Prado, comiendo un manjar de langostinos con salsa de coco, que todavía provoca en mi paladar una feroz nostalgia. Bogotá, aquella primera vez, no se mostró, embozada en su capa de nubes, y tan sólo pude saludarla al liberarme del aeropuerto, tras participar, fascinado, en esos trámites de adultos que requieren la presentación de pasaportes y demás documentos afines.

En la casa de mi amigo de infancia, Fernando Toro, encontré otra versión de la vida, aquella que acontece entre latinos. La expresividad, la abierta demostración de afectos, la interrelación con el servicio doméstico. Esta calidez, agregado a lo exótico, me fue envolviendo en una telaraña de la cual jamás pude - ni quise - sustraerme, al punto tal que, casi cuarenta años después, me encuentro instalado en Buenos Aires, con mujer e hijos espléndidamente latinos.

Hay recuerdos que no ceden nunca su lugar privilegiado en mi memoria: observar la turbulenta tierra líquida, que es el río Magdalena, batida por la rueda lateral del vapor que nos llevaba río abajo desde La Dorada a Barranca, en el mejor estilo del río Misisipí de mis bisabuelos; o estar incómodamente posado en un árbol, a lo largo de una interminable noche, esperando que un jaguar se acercara para atacar la cabra que habíamos atado como cebo. Nunca apareció ninguna fiera, pero la frustrada aventura marcó un momento de iniciación en mi vida. Quise remontar en canoa un angostísimo arroyo, con la escopeta lista para bajar algún trofeo, cualquier trofeo que tontamente cruzara mi camino. Apareció un mono y tuve la agridulce sensación de haber dado en el blanco. Cuando la pobre y flaca presa se puso rígida ante mis ojos, me di cuenta de que mi carrera de cazador había concluido tan rápido como había comenzado.

Después me llegó la Colombia de León de Greiff, de Jorge Isaacs, de José Eustasio Rivera. La Colombia de la selva, la Colombia romántica y la Colombia cerebral, que luego cedió a la Colombia fantástica, de la que tanto se ocupó Gabriel García Márquez. Hace poco encontré, en un viaje a una casona cerca de Medellín, una foto de De Greiff, que me emocionó hondamente, a los cinco años, vestido de niño elegante. Me llegó, así mismo la amistad tricontinental que me ha unido a Fernando y Cecilia Botero, como también los recuerdos de su hijo desaparecido, Pedrito, cantando; aquel chico que tendría la edad de mi hija Tania, y que en las charlas familiares fueron tema de fantasías de noviazgos futuros.

Todo empezó con Fernando Toro y sus padres, Emilio y Amelia, quienes incentivaron aquel viaje original a mis catorce años. Me estimularon a convertirme en sudamericano, a participar en el desarrollo de esta otra América, que en los años cincuenta parecía tener tanto para ofrecer, cuyo futuro se abriría como un gran abanico de lado a lado del arco iris. Y, como con el elixir de Alicia, así lo bebí, convirtiéndome en yanqui de botas de siete leguas a la caza de fortunas, felinos, femmes fatales y la felicidad de acogerme a una misión, si no divina, por lo menos, inspirada.

A veces la euforia me abandonaba, y encontrándome entre tanta fuerza bruta, entre tanta alocada expresividad, mi modo de ser, tan anglosajón, de limitadas palabras y sofocados gestos, parecía separarme para siempre de cualquier acercamiento a mi meta. Pero mi imaginación, mi poder de fantasía, siempre fueron más grandes que mis temores, y emprendí mis iniciales viajes alrededor de Colombia, este país que fue mi puerta de entrada a Sudamérica.

Bajar el magdalena, subir el Opón, cruzar los Llanos, escalar el nevado de Ruiz, siempre con la sensación de ser pionero, de rescatar esa frescura que mis antepasados tal vez experimentaron al extender las fronteras del viejo oeste con más sensatez y menos romanticismo. Todo parecía posible en aquel entonces cuando, con singular certeza, la civilización occidental ofrecía el crecimiento como cápsula mágica para difundir la felicidad.

Compré parte de una finca con Fernando y sus hermanos. Hace treinta años, cuando los Llanos empezaron a revivir después de su lamentable desangre, me parecía que no se debía perder la oportunidad de participar en la reocupación de estas vastas tierras. Acostumbrado a un tambo familiar en donde se sabía a ciencia cierta que todo respondía, la odisea de instalar una actividad ganadera en medio del Meta proveía las incalculables posibilidades del pasmo.

Pero ser propietario de tapires, hasta un oso hormiguero, de todo un territorio rodeado por ríos y caños, bordeado de palmeras, me parecía igual a poseer mi propio pedazo del paraíso en el aquí y ahora. No conté con los peligros de tal empresa, en tal lugar. Recuerdo la vez que casi condené a mis padres a un entierro precoz, por considerar como tal lo que nos habían vendido como nuestro propio aeropuerto, apropiado para recibir cualquier avioneta: nunca había visto un piloto cambiar de color tan repentinamente, pero la suerte nos acompañó, y por centímetros pudimos aterrizar y despegar.

O cuando una araña del tamaño de un puño decidió transitar el cuerpo de mi hermana, en camino de un lado a otro de la cama. O la culebra enroscada que miraba a mi mujer como lujurioso sádico, en el precario baño de la finca. Momentos éstos ya superados, pero que cuando sucedieron nos colocaron al borde del pánico desenfrenado.

Cruzar los llanos en campero: un vasto horizonte, todo el enorme pastizal como un posible camino conducente a lugares paradisíacos; sentirse solo, en un espacio tan extenso como un condado europeo, con una bandada de gansos canadienses que hacían escala en una laguna; el sol que bañaba todo en suaves colores durante su ocaso diario; toparse con un animal al que, por lo común, tan sólo se encuentra en un zoológico, son experiencias que hoy aprovechan las fábricas de zapatos deportivos para venderle a uno como highs: ocurren sólo cuando corre parejo media hora en sus flamantes Adidas. Pero quienes descubrimos las maravillas del mundo a solas, nos damos cuenta de que estas sensaciones pertenecen a los ojos del asombrado, del que los abre ante lo inesperado, en esas circunstancias en que la naturaleza se revela tan nítidamente.

Colombia, en verdad, me condujo a un eterno viaje. No me atrapó, tal vez porque no me otorgó la compañera que buscaba, como Diógenes, en cada rincón de mi persistente periplo. Fue en la Argentina, años después, donde ella se materializó.

Más tarde, durante una temporada, hasta me acompaño por los caminos más abandonados de Colombia. Noches en posadas pueblerinas, donde las habitaciones se separaban tan sólo por bastidores de tela: donde, al alba, todos los comensales se reunían en el patio central para lavarse los dientes y tomar el primer café del día. Y ella, abstemia por naturaleza, se fortalecía con un sorbito de aguardiente, una manera de dilatar su visión de la estética.

Tuve la insólita suerte de dar mi mano a media docena de presidentes colombianos. El primer apretón de manos no fue de igual a igual: yo tenía apenas once años. Un día de sol brillante, caminando por la elegante avenida Park, de Nueva York, Emilio Toro me presentó a Alfonso López Pumarejo. Después en la casa de don Emilio en Bogotá, desfilaban todos: los Lleras, Alfonsito… En el casamiento de Fernando conocí la mano de Turbay. Cuando formé parte del equipo que fundó Artesanias de Colombia, recibimos a Guillermo León Valencia en nuestra sede. Siempre, yo, en el papel de ser una mano más entre tantas que resumen la vida pública de un presidente.

Más tarde, tuve con Belisario la suerte de sentir su calidez y de sentirme reconocido. Años atrás, había comprado un ejemplar de Colombia cara a cara (1961), cuando Belisario era sólo senador. Como todo papel que encuentro en mi camino, lo había guardado cuidadosamente. Cuando supe que iba a participar en una entrevista colectiva con un grupo de colegas argentinos, llevé el libro conmigo. En el acto de presentación, saqué el libro e hice notar a don Belisario que su aspecto no había variado con la foto de la contratapa, treinta años atrás. Belisario dedicó “este libro de viejas ilusiones” a mi hijo, y recibí un fuerte apretón de mano combinado con una mirada chispeante. En este mismo viaje, conocí a Andrés Pastrana en una cena en la Embajada Argentina, unos pocos años antes de que asumiera la presidencia.

Un día, en 1964, pasando por la Librería Central, donde antes habían colgado los primeros Boteros que adquirí, descubrí el fantástico mundo de Noé León. Era su primera incursión en el mercado de arte de Bogotá, y compré Misionero comido por tigre, cuadro que todavía gozo. Un par de años después, tuve que pasar por la costa; decidí tratar de localizar al autor de este inquietante tema. Fue imposible rastrearlo. Siempre me ha quedado la incógnita de si realmente existía este personaje tan particular, o más bien, había sido el invento de un periodista genial, con gran talento artístico, que aparentaba auspiciarlo. En todo caso, la pintura me llenaba de alegría – no por la muerte del pobre misionero, naturalmente, sino por el efusivo tratamiento de la selva – y, por conducto de dicho periodista, pude conseguir varios Leones más.

Entre todos los viajes, se destacan aquellos en medio de las lluvias de los Llanos, donde desaparecían las huellas del camino bajo un opaco espejo de agua y nos guiábamos por brújula, como si anduviéramos en avión. O aquellos por los circunspectos pueblos coloniales de Boyacá, o, a través de sinuosos caminos, por las alturas andinas de Cauca y Nariño. El más azaroso fue en canoa, por la ciénaga de Zapatosa. Desembarcamos en el caño Anima Grande, rumbo a un lejano Chimichagua. Bajar el río me trajo recuerdos de todas las aventuras de los exploradores que tanto se esforzaron para encontrar El Dorado o las fuentes del Nilo. Sufrimos desastres minores, premios a la inexperiencia. Se volcaba la canoa, y la comida se humedecía; nos atacaban hormigas con mandíbulas de tiburón, mosquitos con aguijones de raya.

Había lugares donde teníamos que talar árboles. A veces debíamos llevar la canoa por tierra. De noche, los astutos mosquitos nos atacaban desde abajo, penetrando la gruesa tela de nuestras hamacas, que se hallaban cubiertos, desde luego, por impenetrables mosquiteros. Pero también habían recompensas: asar y comer un pescado recién atrapado, estar aparentemente solos en la inmensa laguna, rodeados por millones de pájaros.

Durante varios días navegamos, encontrando primitivos pueblitos y pobrísimos pescadores. Afortunadamente, habíamos llevado suficiente agua potable y no nos ocurrieron mayores desgracias.

De Tolú a Puerto Gaitán, de Buenaventura a Santa Marta, pasando por Ráquira o Sabanagrande, las mil y una Colombias que palpitan por mis vías energéticas conforman a veces un gran mural que se consolida en la exuberancia de una explosión pictórica de Obregón, la fantasía de García Márquez, ese cariño con que trata sus temas Botero, hasta en la traviesa profundidad de los poemas de De Greiff.

Empecé en Colombia mis incursiones al mundo de los negocios, en diversas actividades industriales durante distintos viajes. La finca en los Llanos terminó convirtiéndose en coto de casa de unos deportistas caldenses. Pasé por insignificantes episodios filatélicos y fracasadas búsquedas de tesoros precolombinos. Finalmente, opté por combinar la tecnología yanqui con las materias primas colombianas, y entré en una sociedad que habían adquirido Fernando Toro y su hermano Felipe para la elaboración de productos alimenticios derivados del maní. En realidad, la planta industrial consistía en una batidora semiindustrial, unos asadores de horno y una anciana dama de San Andrés que dirigía la media docena de niñas que freían los maníes y los empaquetaban en sobres de celofán.

Después de haber sobrevivido la vida universitaria estadounidense gracias a peanut butter, pegajosa sustancia preparada a base de maní molido, bautizamos nuestro producto con el nombre de “crema de cacahuete”. No resultó ser muy atractivo en las estanterías de los supermercados Carulla: el aceite se separaba de la pasta y muchas veces logró escaparse, porque nuestra máquina de sellar tapas no funcionaba del todo bien. Un día hicimos una venta millonaria a un comerciante de Neiva. Vino con su camión y llevó todas las existencias, dejando a cambio un cheque. En aquel instante conocí mí primer cheque “chimbo”.

En uno de mis viajes a Colombia, navegando por el Caribe en bote de vela, conocí en Trinidad unos hermanos que fabricaban una bebida de maní batido con leche: peanut butter punch. Lo vendían a los colegios, entre los cuales disfrutaba de gran éxito, por su alto valor nutritivo. Los Toro tenían un primo con una pasteurizadora importante. Ofreció hacer una prueba de mercado. El resultado fue un excelente elixir, repleto de todos los elementos que reclamaba el cuerpo humano. Empezamos a entregar las botellas en las casas de sus clientes. Bien pronto nos dimos cuenta de nuestro nuevo fracaso. Al segundo día, el producto se fermentaba y explotaba, cubriendo el interior de la heladera con una fina capa de pegajoso engrudo láctico. Después de un veloz e igualmente fallido experimento como accionista en una fabrica de vehículos de tres ruedas, abandoné mi carrera como empresario en Colombia. Decidí probar mi suerte con la bolsa. Compré unas acciones por valor de quinientos dólares. Subieron al doble. Cuando vendí en seguida, volvieron a bajar, con la misma velocidad, a la mitad.

Alguien menos ingenuo hubiera tal vez aprendido alguna lección de estas experiencias. A mí me sirvieron como temas de reflexión y de cuentos de sobremesa. Por suerte. A lo largo de este precipitado recorrido como autor de mi propio El Dorado, conservaba los cuadros de Botero y, más importante aún, a mis amigos colombianos, aquellos que me presentaron a su país, que me acogieron en sus hogares como hermanos.

Cada viaje es un concierto de lugares, acontecimientos y personajes. Para mí, Colombia se inició en los corazones de la familia Toro: Fernando, sus hermanos Rodrigo, Pablo y Felipe, y sus padres Emilio y Amelia. Cada uno me hizo sentir parte de una gran familia, cómplice en sus múltiples actividades, valorizado y entendido. Mientras tuve que luchar con mis primeras palabras en castellano, en ese frustrante aprendizaje de la comunicación, demostraban infinita paciencia y compasivo buen humor. Nos unen treinta y cinco años de amistad la cual me ha conferido, a lo largo de todo ese tiempo, el título de colombiano por adopción.

Desconocidos compañeros de ruta, apreciados compañeros de trabajo en las oficinas de ECOPETROL, donde tuve mi primera, y última, experiencia como burócrata; en Artesanías de Colombia, donde luché para imponer una idea: que las artesanías colombianas podían exportarse con provecho comercial; un par de familias que habitaron nuestra finca en los Llanos, cuidando 20.000 hectáreas con una sola bicicleta – todos me abrieron el camino hacia la ‘colombianidad’.

Mi par, el pintor Jim Amaral, quien se encontró con su colombiana Olga, y que ahora goza de los frutos de su creación más fecunda en Colombia: sus hijos Diego y Andrea, creadores, ellos mismos, por derecho propio. Recuerdo los numerosos buenos momentos compartidos, en conversaciones que tanto trataron de aclarar las diferencias culturales de los pueblos.

Ahora, por suerte, en Buenos Aires, cuento con mi vecino colombiano, y es, como tenía que ser, un poeta. Buen amigo con una red internacional de extravagantes personajes, Juan Gustavo Cobo Borda siempre encuentra, entre su infernal productividad y su labor de diplomático, momentos para recordarnos a Colombia. En él se concentra todo eso que distingue la querida gente colombiana: entusiasmo, calidez, claridad y compromiso. El me ha cedido, también, la amistad de sus amigos: Daniel Samper y Mauricio Obregón, brillantes exponentes de las maravillas que puede producir la cultura de un país pequeño pero profundo, como Colombia.

Colombia, que me concedió vivir la plenitud de la amistad, reteniendo sólo los misterios del amor. Que nos dio una ahijada, Fabiola, cuyas cartas fielmente cuentan el peregrinaje por los senderos de su vida veinteañera. Colombia, ahora conocido más por los sombríos títulos de los diarios, que anuncian sistemáticamente sus desgracias. Colombia, que corre por mis venas, convertida en definitivo componente de mi propia sangre. Colombia, aquella tierra de mi iniciación, que tanto dio para ensanchar mis fronteras.

Juego mi vida, cambio mi vida,
De todos modos
la llevó perdida…
Y la juego o la cambio por el
más infantil espejismo.
La dono en usufructo, o la
regalo…

En Colombia aprendí – como le sucedió al poeta León De Greiff – a jugar la vida, a cambiarla. Ahora acepto que la llevo perdida, en la medida que no la puedo llevar conmigo hacia la eternidad. Pero, sí que puedo vivirla y disfrutarla, llenándola de experiencias, como fue para mí el descubrimiento del mundo a través de Colombia. Y más adelante, los demás viajes, que cada vez más me van adentrando en la magia, que es este mundo y sus seres. Agradecido estoy con Colombia, que me permitió dar los primeros pasos de una caminata todavía inconclusa.

Edward Shaw

Publicado en:
Boletín Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Angel Arango, Banco de la República, Bogotá, 19??

Viajeros Extranjeros por Colombia, editado por José Luis Díaz Graneros, Biblioteca Familiar Presidencia de la República, Bogotá, 1997. pp. 415-428.

lunes, 9 de febrero de 2009

Eduardo Uhart - texto catálogo

Radiografía de un regalo real

La única belleza que traspasa los achaques del tiempo es la de una magistral obra de arte. La naturaleza corre su circuito en ciclos, renovándose con cada corrida de las temporadas: dejando la promesa de la flor marchita al pasar de la semana. La belleza humana rebrota con implantes y cosméticos, pero nunca sobrevive el siglo. Es el arte que mantiene su esencia, ganándole al tiempo la batalla del desgaste, milenio tras milenio. La apreciación de su valor varia según la madurez de la mirada del observador, pero una obra maestra en si queda inalterable, su merito más allá de las inconstancias del ojo ajeno.

Visto en este contexto - ¡qué mejor regalo puede hacer un padre en vía hacia la madurez a su hija en busca de la suya! Generalmente este noble sentimiento se satisface con una lámina del museo más cercano – emblemática expresión de los valores comunes de una sociedad que deposita su confianza en trilladas marcas registradas, como Dali, Chagall, Picasso o Warhol. Así la banalidad se perpetúa, contaminando al hijo con las limitaciones visuales de los padres. La cultura y el arte ya se han convertido en iconos del consumidor medio. La pasión, el compromiso, la locura y la magia son valores ajenos a esa gran mayoría de nuestros pares.

Nos falta una fuerte dosis de genio, de aplicación para verdaderamente entregarse a las maravillas que rondan detrás de las caras bonitas de las obras de arte, del buen ‘pedigree’ que otorga el sello de aprobación de una obra. Todos tenemos ‘arte’ en la casa – cuadros, objetos, antigüedades - heredadas, recibidas con el matrimonio, impulsos de algún viaje. Casi nadie reconoce una obra maestra por si sola, antes de verla en un libro o un museo. Miramos la etiqueta primero y luego la obra. Somos bastante minusválidos en poder juzgar el valor esencial del arte.

Hay varias maneras de hacerse experto en el tema. La mejor es nacer con ‘angel’, tener nariz, boca y el paladar que tanto exige la calidad del buen vino, o, mejor, con un refinamiento inequívoco. Otra manera es estudiar hasta el hartazgo – ese camino es muy peligroso, porque el intelecto es una arma de doble filo, fácil de desvirtuar y engañar. La tercera y más común sale de la práctica diaria de vivir cada momento rodeado con obras de arte, hasta llegar al punto de identificarse con los autores de todos los tiempos. El éxito en este rubro depende del pálpito, el tacto, la intuición, el instinto, hasta el apetito.

Es el devorar el conocimiento del otro, abrir el canal de la sintonía, sentir el pulso, poseer el atrevimiento, la audacia de dejarse fluir. Así el conocimiento y el reconocimiento de la obra de arte, se convierten en aventura, en leit motif, en hechizo. Es el que se conecta con la carga auténtica de las grandes expresiones del arte, no importa su género o su origen, que llega; el que escoge un camino que atrapa los sentidos y posee la mente.

Llegamos al nudo de nuestra tarea: presentar el regalo de un padre singular a una hija amada. Es un juego de seducción muy fino. El padre quiere encandilar a la hija con la maravilla del arte; quiere liberarla del dominio de las Barbie y afines, de la trampa colectiva de lo superficial y fácil. Quiere inculcarla con la fascinación, con el legado de los siglos pasados, que es la savia acumulada de la humanidad y la base para entender los siglos venideros.

Eduardo invita a su hija Stephanie a sobrellevar un rito de pasaje, tal cual como lo hizo con su hija mayor Alejandra hace unos años cuando le regaló una insólita e inolvidable colección de objetos rituales de pequeños formatos de culturas tradicionales africanas. Ahora ella, la segunda, recibe un tesoro, en todos los significados de la palabra: un tesoro de oro, objetos rituales respetados y amados por reyes y princesas.

Una colección es una acumulación de objetos formada a través del tiempo con ciertos criterios que reflejan la personalidad del ‘cazador’ que los junta. Aquí también entra en juego las calificaciones del personaje. Sus dones determinan la validez y peso de tal colección. Stephanie tiene suerte: su padre sabe coleccionar. Es ecléctico pero tenaz, obsesivo pero selectivo, intuitivo pero astuto. Eduardo Uhart tiene ‘angel’, posee este sexto sentido que permite a un individuo llegar un paso más allá que el común de sus pares.

Pocos personajes son atacados por la obsesión o adicción de acumular sin freno el arte. Esta distracción puede ocurrir en cualquier estrato de la sociedad: falta combinar la ambición y la avidez, la intensidad más la dedicación, la nariz de un sabueso con el hambre del beagle. Para convivir con un coleccionista, su pareja debe ser comprensiva y complaciente. Lo ideal es que compartan la pasión, porque las demandas de una colección toman prioridad ante cualquier otra cosa: casa, familia, hijos, horarios, ahorros… El camino puede ser vertiginoso, comprometiendo los recursos y planes de la familia. Eduardo lleva su cometido hasta el borde de los límites de la cordura. A veces lo sobrepasa y luego logra recuperar el equilibrio necesario para volver a seguir con el mismo acelere.

Eduardo ve las dimensiones de una colección en toda su magnitud; ha formado y entregado al mercado docenas de ellas – antiguas y modernas. Cada una comienza con un flechazo, el descubrimiento de algo novedoso, desconocido. Sale de unas búsquedas realmente intrincadas, detrás de las cortinas de los conventos, de los baúles de los marineros de antaño, debajo de la misma tierra. No importa donde, solo importa que él llegue primero. Adquiere el primer eslabón de lo que se convierte en una larga cadena de variantes, de símiles versiones que él siente que caben en su visión de ‘la’ colección. Se va puliendo el gusto, reconociendo los errores de un entusiasmo raras veces mal dirigido.

Cada vez su desafío deviene más complejo; su gusto va puliéndose, cada vez es más difícil avanzar. Aparecen duplicados, falsificaciones, ejemplos menores. Cada vez es más fuerte la urgencia de encontrar el eslabón perdido – esta pieza que ayuda a cerrar el proceso. Lo que empezó como un antojo, con un solo objeto con potencial, se convierte en una cruzada, motivo de dejar de dormir. Hasta que el ciclo se cierra y otro objeto gatilla una nueva búsqueda. El proceso – como tantos – puede ser simultáneo, con una bifurcación paralela - o puede ser totalmente exclusivo. Eduardo no juega por las reglas del tímido.

En el caso de Eduardo, la exclusividad se multiplica, se desdobla, se sobrepone, se entremezcla. El ojo se mueve a un paso más veloz que la capacidad de realización – siempre la próxima posibilidad amenaza, se acerca, lista para aflorar en cantidades de variantes sobre un mismo tema. El conocimiento crece, el refinamiento se profundiza, la red de contactos se extiende.

Pero a Eduardo se le están terminando las hijas – son dos, y cada una ya tiene un pase asegurado a la selección chilena, a ese pequeño circuito de grandes coleccionistas del país. Cada una seguirá su camino, y Eduardo su obsesión, su adicción a la belleza tangible, a la meta de encontrar y poseer, de acaparar y reciclar, de dejar a otros las sensaciones que lo han impulsado a él este último medio siglo. Sus hijas representan el futuro: las depositarias de los tesoros que el hombre ha creado con o sin reconocimiento específico de su hazaña a través de la historia de la humanidad.

Pero el camino no es tan nítido, tan directo. En el caso de esta acumulación de tesoros de oro africano, se escapó el tesoro de los tesoros. Eduardo, en un rapto de lo que podamos llamar generosidad, lo regaló a su mujer. Ella feliz, lo presta para esta exposición en el Centro Cultural Las Condes, y la deja como herencia a su hija – pero no tiene ningún escollo en no ‘donarlo’ a la colección que su marido formó para su hija menor. Ella no entra en el juego de su pareja. Le encanta el objeto en si, y quiere poder usarlo cuando quiera.

Es un collar formado de seis placas de oro intrincadamente elaboradas en diseños abstractos. Le queda espléndido y se lo pone con orgullo y élan. Eduardo frunce las cejas frente a lo que le parece un acto de rebeldía contra el dogma del coleccionista – le gusta poner cada eslabón en el lugar que a él se le antoje.

El recipiente de una colección hecha por otro se encuentra con una situación compleja. Conoce la historia familiar de la formación del conjunto, reconoce las piezas y mantiene una relación emotiva e intelectual con ellas, puede o no puede acercarse a su sensibilidad, puede ser la base para su propia iniciación como coleccionista o una anécdota excepcional en su propia historia. Con un padre tan sobredimensionado como Eduardo, Stephanie va a tener que pelear su autonomía.

Pero es este tipo de lucha la que pueda enriquecer las vidas de todos los involucrados, aún más que encontrarse de repente como princesa bañada en oro. Eduardo regala, pero a la vez, reclama que su hija se ponga a la par con él, que comparta esta conexión casi umbilical con el arte. Para aclararlo de una vez por todas, Eduardo no es perfecto. No mide su propia pintura con la misma vara que el arte ajeno. Puede dejar su entusiasmo nublar su juicio, vencer su certeza. Stephanie recibe la carga de este bulto de circunstancias, a veces un tanto contradictorias. Tiene que forjar su propio camino, ya con una ventaja enorme, un patrimonio exótico y poco entendido, regalo de un padre de iguales características.

En fin, las tres mujeres de Eduardo viven rodeadas de bellezas más perennes que la de ellas mismas. Eduardo celebra todo: su mujer, sus hijas y sus posesiones, sabiendo que todo es transitorio, pero mientras dure, delicioso, especialmente cuando uno tiene la sabiduría de compartir y gozar la belleza en todas sus manifestaciones con sus amados.

Edward Shaw

Awakening the Eye

AWAKENING THE EYE

A story of stories

To Guido Di Tella

In Argentina, memory is a raw material as scarce and valued as platinum is in the precious metals market. This exhibition is an exercise in memory as well as a tribute to a collection and the educational impact it has had on its audience. For the past decade this collection has been exhibited in the halls of Torcuato Di Tella University, benefiting thousands of students who have walked past these paintings year after year, their sights set on the future. Images of these works have become unconsciously engraved in their memory, connecting them to their own cultural heritage.

Awakening the Eye is an exhibition of one hundred works of art by the most creative of Argentina’s artists. Together and individually they impact the spectator and stimulate his or her vision to the many ways of expressing truth through art. Also, the exhibition pays homage to the creative genius of Guido Di Tella, the man who encouraged artists in the Sixties and founded this University three decades later. Maria and I offer the show as an expression of our appreciation for a sensitive Renaissance man, one capable of developing ideas, carrying out projects, and demonstrating by practical example how to improve education, the backbone of any cultural endeavor. It is also a reminder not to let his memory slide into the quicksand of the forgotten, together with those of so many other exemplary Argentines.

The art works cover half a century of our lives and reflect the challenges undergone by their creators. What we see on these walls is the material side of the story of compelling quests and surprising discoveries, shared by a couple that placed art above most other priorities.

Accumulating one hundred outstanding art works sounds like a monumental feat. It might imply the investment of significant sums of cash and the advice of seasoned experts. But, at a rhythm of two paintings a year, a selective eye and personal contact with artists, it is within the reach of any businessman or professional. In our case, it was the principal motor of our activities during many years, many trips, and many experiences.

There are countless ways to collect. The case of Guido’s father, Don Torcuato, for whom the Torcuato Di Tella University is named, was a classic example. He chose an expert advisor, Lionello Ventura, who knew all the paths to the best masterpieces available in Europe. The Old Master treasures that he accumulated can now be found on the ground floor of Buenos Aires’s National Museum of Fine Arts.

Guido’s focus was different: equipped with limitless curiosity, an uncanny intuition and boundless enthusiasm, he dedicated his energies to discover and support the most experimental examples of Argentine art. First, in 1958, he inaugurated the Foundation that is named for his father, ten years to the day of the death of the legendary entrepreneur, and then the Di Tella Prizes, acquiring the best of what came from abroad, to enhance the collection of the Museum, with the hope that this artistic breath of fresh air would serve as a tool to enrich the vision of local artists.

In the case of the art work that is on exhibit today at the Borges Cultural Center, the paintings, objects and sculptures are the result of a relentless accumulation without any master plan or clear-cut objective. None of the works, originating in a passionate search that started in 1959, was purchased in an art gallery or at auction. Many were traded for primitive art, some were gifts, other exchanged for texts that I wrote, and a number bought at prices mutually agreed upon between friends.

Seen from today’s perspective, it might seem a dream. Finding the pieces required extensive travel: to a mountain top in Northern California, a castle at the edge of Lake Como, to the Falkland Islands (Islas Malvinas) and, of course, the traditional centers, New York, Paris, Milan, in addition to visits to studios all over Buenos Aires, Cordoba and Rosario. In this case, the collection is the material manifestation of complicity, shared goals and parallel sensitivities.

The Argentina saga began one Saturday in the Spring of 1960, following in the footsteps of the Ver y Estimar Group and its leader Jorge Romero Brest. I was taken to the studio of Antonio Seguí in what were once the salons of the Circle of the Catholic Workers’ Vanguard of Balvanera, in the 2200 block of Cangallo Street. As of that afternoon, a solid friendship with Seguí blossomed, one that both families still enjoy. After so many decades, it now includes a second generation of artists, with Octavio, the son of Antonio and Graciela Martínez, as well as Julian, the son of Tatato Benedit and Mónica Prebisch, and Mateo, the son of Pat Andrea and Cristina Ruiz Guiñazú.

There were also parallel interests: tribal, ritual and oriental art, all lumped into a category called ‘primitive’ then. These works from America, Africa, Asia and Oceania, because of their strength and audacity, their elegance and echo of the essential, have never lost their validity. Today, as fifty years ago, these pieces capture my eye and make my head spin. They have helped me to correlate the parameters of contemporary art in a more universal context.

Pre-Columbian and oriental art captured my eye before contemporary art, which did not exist as an auction house category in my youth. During my brief career as a dealer in primitive art, I began to meet artists who wanted to exchange their work for pre-Columbian textiles, African masks or ancient images of Buddha. Their fervor reached such a degree that there were even artists willing to pay cash for my wares: Horacio Butler, Hector Basaldúa, for example.

It was back then when Guido and Nelly Di Tella appeared in our lives. We had just organized our first major exhibition in Buenos Aires, in the now defunct Ronald Lambert Gallery, just a few steps from the Galería del Este and the Instituto Di Tella, on the last block of Florida Street. The Di Tella Institute was a hallmark in my art education: for the first time I came upon the great young international artists that Jorge Romero Brest discovered on his frequent cultural safaris around the world and invited to the Institute’s annual Prizes. I also discovered the local ‘avant-garde’ that congregated in the halls of the Institute every Saturday at midday since its founding in 1963.

Guido and Nelly appeared one of those Saturday mornings at the Ronald Lambert Gallery and María and I gave them a guided tour of our show, which offered works by Fernando Botero, Antonio Seguí, José Gamarra, the Mexican muralist Juan O’Gorman, Haitian primitives, colonial religious wood carvings and a hundred pre-Columbian ceramics and textiles: all novelties in the limited international market in Buenos Aires at that time.

We told the Di Tellas about our experiences: the common coincidences, shared searches, similar sensibilities and a certain taste for adventure that always stimulates the art addict began to appear. The foundation for a lasting friendship was established, based on mutual respect, shared goals and like values. We watched our children grow and then our grandchildren.

Guido’s taste was always universal: he showed the same joy before a world-class masterpiece or a highly original piece of handcraft. Their home, as a result, proved that one can mix the most diverse objects, as long as each piece is special in itself. One of the essential ingredients in this formula was Guido’s lively sense of humor. He applied it at all times throughout his life, to the occasional discomfort of the recipients of his wit.

We began to visit the Di Tellas where they lived with Guido’s mother on Superí Street in Belgrano. The decoration of the large house echoed classical European taste. An old saying came to mind when Guido paid us for several pieces: one of the hundred dollar bills was of a series that had been discontinued in the 1930s. I had never received such an old banknote! It confirmed the American maxim about people with ‘old money’.

Guido became fascinated by Argentina’s pre-Columbian cultures and decided to form a collection of pieces with a compelling artistic impact. Back then, a market for these pieces which later flourished thanks to Guido’s initiative did not exist. One had to go to the source and get the objects from the established local ‘collections’ which were in the hands of Syrian-Lebanese shopkeepers, Jewish merchants, and the brothers of the different Catholic missionary orders.

At Guido’s request, on January 16, 1968, we took off on a whirlwind tour of Tucumán, Catamarca and Salta on Aerolineas Argentinas flight 560. It was our baptism: what followed was a mind-boggling series of adventures. From time to time, for several years we traveled around the Northwest of Argentina gathering extraordinary pieces. They now form part of the Di Tella Collection that has on occasion been exhibited at the National Museum of Fine Arts (MNBA).

Each trip produced its treasures and its anecdotes. We investigated, followed leads that led to dead-ends, returned for promised masterpieces that never materialized, and at times arrived too late because a mysterious buyer had beaten us to the prize. We managed to convince a school principal to exchange two marvelous Condor-Huasi ceramics for desks and chairs. Everything was fair game in the mission of gathering Guido a collection. We finally reached our goal and Guido had a collection of a hundred pieces, many of them unique in rarity and quality.

The intrepid collector then set his eye on the present: he began to succumb to the robust magnetism of Fernando Botero’s paintings. The artist was at the best moment of his remarkable career. Guido and Nelly had seen the early Boteros in our exhibit in 1967, but by 1970 Botero had perfected the images that branded his style forever.

In those days I had a ‘gentleman’s agreement’ with Fernando: he sold me a painting a year at the price he sold to his dealers. The arrangement lasted until the artist signed an ironclad contract with Marlborough in 1971. Guido had fallen in love with a painting that hung in our penthouse overlooking the Río de la Plata: the portrait of a bishop in his red robes with a serpent crawling up his staff. Nelly, as in so many similar circumstances, stoically accepted her husband’s compulsive decision. Guido thought the 2,500 dollar price for a painting measuring 150 x 100 centimeters was excessive. We finally reached a mutually-satisfying agreement, but the frowns on the face of Antonio Cardinal Caggiano when he visited the Di Tella home, placed the presence of this opulent Colombian intruder in danger. The painting became ‘persona non grata’ in Nelly’s living room and soon appeared in Christie’s. The ‘Bishop’ found a new home on a different continent.

Guido and Nelly had by now become ‘role models’ for us: we were fascinated by the way they combined family, art, education, lively senses of humor in a warm life style.

The most unlikely incident in encounters around the world occurred on a black night in Africa, at the Dakar airport in 1972. Guido was on a plane parked at the end of the runway, returning to the homeland with General Peron. I was in the terminal, midway into a SABENA flight from Buenos Aires to Brussels. Father Carlos Mujica, the priest who had married Maria and me nine years earlier, as well as Jose López Rega, founder of the Triple AAA, the group that would assassinate Father Carlos two years later, were also on board. We found ourselves separated by 200 yards of runway without a possibility of greeting each other.

Guido’s need for collecting diminished once a political career became the number one priority. He had been able to combine the quest for art with his other vocations in the realms of business, education, culture and family, but politics devoured his prodigious energies. Our relationship changed directions: instead of supplying him with art works, I began to flood him with ideas and projects related to art and education, designed to augment the role of culture in the erratic activities of the government.

In the decade from 1965 to 1975, we formed the framework of our own collection. We had already traded a number of pre-Columbian pieces with Antonio Seguí for his paintings; then three large canvases by Rómulo Maccio in his studio at 1356 Defensa Street for African masks; and we bought the classic prints of Ramona at 100 dollars each from Antonio Berni in his spacious headquarters behind his wife’s home at 4139 Rivadavia Avenue. I found ‘Ramona Montiel Cortesana’, a work in this show, forgotten, in a corner: Berni sold it to me for 240 dollars. I later discovered the object’s distinguished provenance, the series of museum exhibitions in which the work had appeared in the United States.

Manucho Mujica Laínez led me to Ana Sokol’s barbershop on 25 de Mayo Street, where she specialized in servicing sailors. We established a rapport and bought five of her delicious naïve paintings. We traded a voluptuous Indian wood carving from our ‘Asia’ show at the Bonino Gallery for two marvelous drawings by Bobby Aizenberg at his home/workshop at 410 Caseros. We bought two paintings of the ‘Astroseres’ series from Raquel Forner in her studio at the Cité des Arts in Paris; two works by Fernando Maza at his studio in Nogent-sur-Marne; and a work on paper from Jorge Demirjian, whom we met in London. In our wanderings through Europe, we bought or traded work with promising young artists of that moment: Valerio Adami, Rene Bertholo, Lourdes Castro, Antonio Dias, Leonardo Cremonini, Jan Voss and others.

Little by little, our apartment began to overflow with art work, but the series of shows we did at Bonino, first ‘America’ (1969) at the original Maipu Street gallery, then ‘Africa (1970), ‘Asia (1971), and ‘Oceania’ (1972) at the revolutionary new gallery, designed by Clorindo Testa, just around the corner from Florida Street, helped reduce the stock.

In 1968, thanks to an ongoing relationship with the Di Tella Institute, MoMA sent a delegation of its International Council, led by the legendary Rene de Harnoncourt and Monroe Wheeler. The curator of the Works on Paper Department, William Lieberman, who accompanied the group, arrived with a limited budget for acquisitions. To lure the group to visit our apartment two blocks from the Plaza Hotel in hopes of selling primitive art, I distributed a photocopied invitation to their rooms. Rene de Harnoncourt, himself a pre-Columbian enthusiast, appeared the same day with Monroe Wheeler, who bought a Nazca ceramic.

They spread the word among the others and we made several sales as well as new friends, especially Eugene and Margaret McDermott from Dallas. Within a few years, we put together an important collection of pre-Columbian art for them, which in time was donated to the Dallas Museum of Fine Art. Guido and Nelly offered the group a reception in the family home in Belgrano where we were able to get to know the distinguished visitors better.

Lieberman bought drawings by Antonio Seguí and Brazilian artist Antonio Dias from us for MoMA. The Di Tella Institute coordinated the shipment of the curator’s varied acquisitions but the promised payments were delayed in coming until Samuel Paz asked me to intervene in order to accelerate the arrival of the cheques. I saw those works of ours exhibited for the first time in 2006 at the Museo del Barrio in a show of Latin American treasures from the reserves of MoMA.

After the Di Tella Institute closed its doors, Guido found a new way to support the arts from his post as director of the National Arts Fund. We decided to seek a more peaceful refuge and went to Colonia del Sacramento on the Uruguayan coast one day in August 1975 with Guillermo and Franca Roux, who had bought a house there. We liked Guillermo’s work so much that we started to advance him cash against future delivery to get a head-start on other enthusiasts.

In those years, we met Pat Andrea, and started to do things together in Buenos Aires, Colonia, Europe, even in Java and Bali. He illustrated a book at our home on the Ferrando Beach in Colonia; painted us a picture while living in the service quarters behind our garden on Talcahuano; and portrayed a greyhound we had in San Pedro in another work.

We went to Ricardo Garabito’s studio with Samuel Paz and bought an unforgettable painting; visited Adolfo Nigro’s studio where we got two more; and to Pablo Siquier’s with Sonia Becce, where we acquired one of his first works, which was later shown at his exhibit at the Reina Sofía in Madrid. We also acquired works by Mariano Sapia, Martin Reyna, and Emilio Torti, whose work we discovered at the Fundación San Telmo and traced back to Rosario. We began to have more pictures than walls…

The difficult years were dedicated to establishing a second front in Colonia, at our farm in San Pedro. Guido and Nelly spent part of that time in Oxford, where Guido taught and wrote. The Oxford connection produced some cultural ramifications, after David Elliott, the director of the Museum of Modern Art at the University came to Buenos Aires in 1994 to organize a show of Argentine art that would travel to his museum and others in Europe (Stuttgart, London and Lisbon). I had the opportunity to work on the show and lend a Seguí and a Kuitca to the exhibit, besides contributing a text on Kuitca to the show’s publication. That same show was the highlight of the inauguration of the Borges Cultural Center in October, 1995.

During these years our collection continued to evolve; each year brought an exciting surprise. The most exhilarating of all came when we discovered Guillermo Kuitca and acquired several of his paintings. We then became involved with the young artists in his first Workshop Program: Daniel García, Mauro Machado, Manuel Esnos, Graciela Hasper, Tulio de Sagastizábal, Sergio Bazan, Mariano Sapia, Julián Trigo… We bought our first sculptures, all by artists from Cordoba: works in wood by Tulio Romano, Jose Landoni, and later Juan Carlos Der Hairabedian, plus objects by Jorge Simes and boxes by Fernando Allievi and Rosa González. Sara Galiasso made us a fountain in Buenos Aires and later a site-specific installation on the coast in Chile. More recent acquisitions were work by Oscar Suárez, Andres Waissman, Marcelo Pombo, and Julián (Benedit) Prebisch.

Returning to chronological order, during the first presidency of Carlos Menem, I devised a number of plans and projects for Guido. We saw each other with less frequency but the volume of my letters increased. From time to time, we talked about art, but the focus was on more substantial matters. I sent him a project aimed at unifying the efforts of the Foreign Ministry so that each link in its chain of command would produce a clear image of Argentina abroad, one reflecting international standards.

In 1997 the Foreign Ministry named me curator of the official selection for the XXIV Biennial of Sao Paulo. That recognition by my adopted country was the one that I most appreciated. After a long process of introspection and evaluation, I narrowed my choice to two candidates: Jorge Macchi and Nicola Costantino. I felt that I had to get it right because the Curator of the Biennial was Paulo Herkenhoff and the President of the Foundation was Julio Landmann, both respected friends for many years.

The space where Biennial is held is desolate, cold and enormous. The project that Jorge presented was marvelous, but I felt that the work would be lost among the overwhelming presentations that would surround him. Nicola’s project of human skin trimmed with natural fur, titled “Peleteria con piel humana”, in addition to echoing the last trends of the Ditellian experience of the late 1960s, so involved with fashion, would be enormously attractive. The ‘showcase’ we built with her apparel received more inches of press and provoked more curiosity than any other national offering.

Many of my concerns were related to non-official topics: as Guido did not have the time or space to consider all these matters, I dealt with some of them with his sons, Luciano and Rafael, or directly with the University. We went to Guido and Nelly’s for dinner occasionally or met at the family offices where Esmeralda Street. There were also brief meetings in the brand-new headquarters of the Foreign Ministry. Somehow, a healthy synergy evolved among those involved and much was achieved in a range of activities.

1. The Visual Arts Prizes of the Torcuato Di Tella Foundation.

The Torcuato Di Tella Prizes, for example, were the only access that a living artist had to have a one-man show at the MNBA. After an initial intent to reestablish the celebrated prizes, the winner of which was Alfredo Hlito, the rhythm was interrupted. Guido named me a member of the jury together with Daniel Martínez and Samuel Paz. I set up a schedule that reinitiated the process.

The debate was intense in the second version of the Prize (1989): Antonio Seguí won after several votes. The exhibition at the Museum was a success, thanks to the incorporation of Julio Suaya as the event’s organizer. The support of his client, Telefónica de Argentina, was crucial in the outcome. President Menem inaugurated the exhibition and tens of thousands of viewers visited the show in Buenos Aires and then in Mar del Plata during the summer.

The third prize, with the same jury, went to Luis Fernando Benedit. The resulting exhibition was a success and both shows were accompanied by comprehensive catalogs. When the moment came for the fourth version of the Prize, complications arose. The MNBA had opened its exhibition spaces to shows by artists of all ages and styles: there was no identifiable standard of quality. The honor of exhibiting at the Museum had lost its spirit of distinction. Daniel Martínez had died. I suggested that Irma Arestizábal become the third official juror; she did not belong to any cultural clique. Jorge Glusberg, in his role as the director of the Museum, and Julio Suaya, without a vote, in representation of Telefónica de Argentina, were added.

The jury never met. In the interim, the Museum announced in its program for the following year that there would be an exhibition of Víctor Grippo, winner of the 4th Di Tella Prize, a prize that had never been awarded… Given the confusing circumstances, the meeting of the jurors was postponed to a yet undetermined date. For continuity and success, memory and discipline are essential and responsibility for decisions must be assigned. The second series of the Di Tella Prizes did, in any case, honor three of the best artists of the period: Alfredo Hlito, Antonio Seguí and Tatato Benedit received their deserved recognition. Víctor Grippo awaits his…

Toward the end of 1999, Guido and Luciano asked me to prepare a plan for the formation of a new Di Tella Institute in the abandoned warehouse complex of Molinos Río de la Plata in Puerto Madero. This initiative never prospered (see 11.) Simultaneously we discussed other possibilities for a future version of the Prizes and which spaces in Buenos Aires were worthy of housing them: the MNBA, MALBA, the Borges, or the future UTDT campus on Figueroa Alcorta, even in Puerto Madero. In 2002, Luciano had renewed his enthusiasm to reactivate the Prizes, especially the one dedicated to visual arts. We reviewed a variety of alternatives, but it proved impossible to find a sponsor to replace the cash-strapped Torcuato Di Tella Foundation.

2. The Borges Cultural Center

One project that produced satisfaction, but required months of hard work, was the invention of the Borges Cultural Center: it was an almost magical achievement. The Center emerged out of a Saturday afternoon cruise off Punta del Este where Guido, Mario Falak and Roger Haloua, three men with proven capacity to execute large-scale projects, spent an afternoon exchanging ideas. Falak was one of the principals in Galerias Pacifico, a large mall in downtown Buenos Aires. The mall had accepted the obligation of ceding some 10,000 square meters of its monumental block-square building to the Under-Secretariat of Culture for a Center for Visual Arts. The official entity had neither the money nor the personnel to embark on such an ambitious undertaking.

That afternoon, off the coast of Punta del Este, Haloua accepted the challenge of putting together a Cultural Center in nine months, with the financial support of Galerías Pacífico, and under the wing of a board of directors composed of three cabinet ministers and several big names from the Establishment. No one had any defined responsibilities. The date for the inauguration, nevertheless, was definitive. It coincided with the State visit of King Juan Carlos and his wife in October, 1995.

Haloua asked me to draw up a project for the Center and I immediately found myself working with Roger on the colossal job of creating the Borges. Guido was delighted to back cultural projects with a vision for the future, and we enjoyed his unconditional moral support during the chaotic nine month pregnancy of two and a half acres in ruin. There were successes, problems, failures, especially in the area of finding sponsors. Everything, nevertheless, came together and the King was duly impressed.

The only misadventure of the opening night: the charming Cristina Erhardt del Campo, representative of Christie’s, lured the King to a distant corner of the labyrinth-like Center to show him the legendary Crown of the Andes, a five million dollar gold and emerald masterpiece of Colonial art, which the New York auction house, thanks to the enthusiasm of Lisa Palmer, the Director for Latin American Art, had brought from Hong Kong to Buenos Aires for the day to honor the celebration of the birth of the Borges. The crown was a mythical cornerstone of the Colonial legend, a welcome visitor to the River Plate, and brought a record price at the November sale. The King was so excited that he missed the official visit of David Elliott’s “Arte de Argentina 1920-1994” exhibition.

The infatuation between Christie’s and the Borges almost became a full-blown romance. Together we planned to have the first Christie’s auction in Latin America. Unfortunately, somewhere along the way, the selection of the works for the benefit sale was placed in incompetent hands and we had to bow out of the project. The auction was never held.

3. Partnerships with the National Museum of Fine Arts

The MNBA decided to join in the development of the Borges Cultural Center and accepted the responsibility of providing artwork from its enormous inventory to hang in a specific area of the vast space. When the Torcuato Di Tella University (UTDT) acquired the warehouses of Aguas Sanitarias on Figueroa Alcorta across the broad avenue from the River Plate soccer stadium, we negotiated another agreement with the MNBA to display works from the Museum’s inventory in the University’s new campus. The Museum also had the right to curate shows of its own in the massive project designed by Clorindo Testa.

The agreement was in accord with the Museum’s mission to show its works to the widest audience possible, especially in venues where a different public could be reached. In the case of the Borges, the union was short-lived. The alliance with the UTDT has still not been activated: the thousand and one details involved in executing such a great change have delayed the ambitious project. We did manage, in any case, to broaden the possibilities at our National Museum. Jorge Glusberg, then director of the MNBA, offered us the Museum’s auditorium for the seminars on contemporary Argentine art that the UTDT had initiated in 1996. The two six-session seminars held at the Museum drew large crowds.

4. Relations with the Islas Malvinas

Like an almost incestuous spider web, the relationships between the UTDT, the MNBA, the Borges, major artists, education and diffusion of art spread into unexpected areas: for example, the disputed islands in the South Atlantic. My own obsession with the Islands dates back to early April 1982 when downtown Buenos Aires began to be covered with posters, graffiti, shop windows, billboards and other manifestations in support of the soldiers in the South Atlantic. I would go out everyday and photograph the moving chronicle of visual expression. My commitment to this quest, of course, exposed me to the dangers of the moment: one night coming home from Guido and Nelly’s home on Arribeños Street, I stopped to take pictures of signs in the window of an office of the Ministry of Foreign Relations at the corner of Reconquista and Ricardo Rojas Streets.

After I got back into my Fiat 600, I realized that an olive green Ford Falcon was following us. They stopped us right in front of the Bonino Gallery and I found myself with a revolver pressed against my temple. The two plain-clothed men pressed me against the wall for a quick body search and, thanks to God and my US citizenship, they took us to the nearest police station for an identity check. There, I explained to the officer on duty that I was only photographing images of the posters related to the situation in the Islands for my children and grandchildren so that one day they could understand the remarkable events of that moment.

A decade later, a US publication commissioned me to write about the Malvinas as an alternative tourist destination. I investigated the possibilities of a trip with the British Embassy and the Ministry of Foreign Relations. That is how I became the first resident of Argentina to spend a week in the Islands since the 1982 conflict. One of my personal missions was to look for young artists with potential. There were two established artists who dedicated their talent to portraying nature: Tony Chater and Ian Strange. After asking a dozen Kelpers, I discovered James Peck. I had to walk the length of Stanley and then some to find his home. James was 25 in 1993 and had studied art in London. He was developing a personal style and his work was a painterly chronicle of his tenuous memories of the conflict. We spoke of organizing an exhibition in Buenos Aires, a dream we achieved a year later at the Sara García Uriburu Gallery. All the works were sold: Guido bought a series of drawings which hang at the UTDT.

When I returned from the trip, I met with Guido to show him my text. The trip had clarified a series of doubts for me as to what the Islands were all about. The mostly prickly topic was removing the mines that surrounded all the populated areas, as well as the Goose Green golf course. No one could guarantee 100 per cent demolition, so the dangers remain unresolved.

It seemed to me that a great majority of the residents would accept a good offer to sell their properties to the Argentine government, if the vote were secret. The only way, however, to convince them of the seriousness of the offer would be to deposit a significant sum in custody at the Stanley branch of the Standard Chartered Bank, the only existing financial entity on the Islands. The possibility of this solution was complicated by politically-driven media speculation, and circumstances never permitted the initiative to flourish.

The possibilities of the Islands becoming a tourist destination appeared to be more likely. Stanley could become a mini-Williamsburg, maintaining its quaintness. The vast military infrastructure at Mount Pleasant, with its large airfield, could easily be converted into a major attraction for visitors, with hotels, convention halls, entertainment centers, shops and restaurants. The Islands had great potential for theme parks a la Disney: whaling, pirates, maritime exploration, wars, fishing, plus adventure tourism related to the Islands’ fauna. The initiative would provide more jobs than there are Kelpers. But we have not yet reached that moment…

I took many rolls of photos and once back in Buenos Aires, Julio Sapollnik, on seeing the results, invited me to exhibit the series at the Salas Nacionales de Exhibiciones in the Spring of 1994. The exhibition, “Malvinas Close-Up”, which went to Municipal Theater complex in Mar del Plata for the summer, was applauded in national newspapers, magazines, radio and television. The avid visitors fill hundreds of pages with comments, pro and con, by veterans, Kelpers, politicians, students, tourists, etc.

5. The Torcuato Di Tella University (UTDT)

One of the tens of thousands of visitors to the exhibition of my photos of the Islands was Gerardo Della Paolera, the president of the UTDT. He invited me to take the show to the recently installed university, just beginning its third year of existence as an alternative to the State and Catholic institutions in Buenos Aires. The panels of photographs of everyday life and the portraits of people and wildlife gave a human dimension to a myth that no Argentine, except the troops and a few YPF workers, had actually seen. No one really had any knowledge of the topography –both human and natural- of this far off never-never land with such a British flavor.

Gerry enjoyed seeing the walls of the old Pfizer building covered with the colorful images, especially when the subject-matter was so controversial. He thought that it was a provocative way to induce his students into the dynamic world of art, as much a Ditellian tradition as education itself. At that precise moment, we were moving out of our large apartment on Talcahuano Street, with its 200 square meters of garden. Its spaciousness had enthused Guido and Nelly in one of the occasional moments that they sought an alternative to their house on Arribeños which, without the children, had become inhospitable for Nelly. But the time did not coincide with their needs.

Gerry came home and saw all the paintings that had still not found new walls. He suggested that we lend them to the UTDT for the benefit of the students. This initiative worked and 100+ paintings found a new home. We framed them uniformly with strips of wood painted by a young artist and they traveled to Mignones Street in several trips with a friend in his closed pick-up truck. It was a delight to place them one by one in the hallways, classrooms, public areas, the library and the offices of the president and other professors. At this phase of the initiative and then during its ongoing growth, the support of Hugo Vallejos, who oversaw the physical plant of the UTDT, was crucial. He answered our every need with intelligence and imagination. I am reminded that I owe him a photo of the Malvinas, the islands he piloted his jet over during the Conflict.

Guido had placed the UTDT in the right hands to accomplish the gigantic task of creating a university of international dimensions. Gerardo Della Paolera was a whirlwind of energy, a tireless generator of projects and an implacable executive when putting them in practice. Under his capable guidance and command, the UTDT flourished. I had the opportunity to accompany him in that process, with titles such as Curator of Collections and member of the Administrative Council and the Development and Scholarship Committees. As there is still little consciousness of the importance of scholarships for private universities in Argentina, the task of convincing corporations to donate 700 dollars a month for a scholarship for a talented youngster was monumental. I got lucky with the Deutsche Bank and with Robert Rocca of Techint, who wanted a quarterly progress report on the student that his contribution financed. The experience of watching the evolution of a project of the magnitude and substance of the UTDT is something I will never forget.

6. The Kuitca Scholarship Program

Guillermo Kuicta and his concerns about the formation of young artists became the subject of many initiatives: some were accomplished, others not. I met Guillermo toward the end of the 1980s in his studio at 2315 Cangallo. I was impressed by his vision, and we began to buy his paintings. In 1990, when he began to formulate his plan for a workshop for young artists with proven talent, it seemed to me to be an act of incredible generosity. The artist was just 29 and in the process of consolidating his own career. But I realized that he had sufficient determination and strength of character to manage both endeavors simultaneously.

When Guillermo invited me to be a juror, together with him and Thomas Cohn, the Uruguayan art dealer then residing in Rio de Janeiro, I accepted because I was certain that the project would surpass his expectations and be a lasting contribution. With the sponsorship of the Antorchas Foundation and under the vigilance of Jorge Helft, the first group of 16 artists was selected from over 300 candidates. The criteria that we employed were tough: we looked for quality, individuality, and an innate talent. Guillermo reserved the right of veto, following a personal interview with each of those selected.

Antorchas rented a modern two-story industrial building at 1505 Irala which was partitioned into individual spaces. The young artists began to work on a regular basis: Guillermo came on Fridays to lunch with the group and looked at each artist’s production that week. In the afternoon, one of the artists would present his work to the master and to his peers for comments from all. Daniel Besoytaurube traveled from Mar del Plata and Mauro Machado from Rosario to attend the sessions with Guillermo and then spent the weekend painting.

Collectors, curators, museum directors and relevant artists visiting Buenos Aires were taken to the workshop to show them the artists output as a means to accustom the participants to dealing with the international world of art. It worked because the workshop grouped a sampling of the best young art of Argentina in just one single locale. When the two year contract with Antorchas ended, the group found itself without sponsorship. Everyone wanted to continue the program for another year and Guillermo accepted the proposal that Adriana Rosenberg and I made, and the Taller de la Boca, as the project was then known, was given another year of life.

I started to look for friends with a predisposition for supporting worthy causes. In exchange for several paintings by members of the Workshop, the friend would contribute 5,000 dollars. I convinced Guido, who named his son Rafael as his liaison; Robert Rocca of Techint; Edgar Gunther, the donor of the Gunther Prizes for young artists in Argentina, Brazil and Chile; and Lorenzo Einaudi, today the president of the board that oversees the Borges.

We helped to internationalize the careers of these artists. I organized an exhibit at an alternative space in SoHo in New York. The show coincided with my participation as a lecturer in a seminar at Sotheby´s and I had the opportunity to take fifteen international collectors to see the show at DAD, an art transport company owned by Michael and Susana Leonard at 619 Broome Street. Several of the group bought works: also Red Grooms. Frank Stella and other members of the Manhattan Establishment visited the show.

I accompanied Guillermo to Washington where he was installing a show at the prestigious Corcoran Gallery and to close the negotiations for the exhibit of the Workshop at the Museum of the Americas at the OAS. The two events were successful and the Workshop show traveled to Detroit to the George N´Nambi Gallery. George had visited the Workshop the previous year and bought a series of paintings by Mauro Machado, to whom he later gave a one-man show.

Rafael selected several paintings from the artists and Guido responded whenever there was a logistical emergency. For all involved it was an enriching experience which exceeded expectations. The other sponsors chose their shares, while Roberto Rocca only requested progress reports. I continued as a juror in the next two Kuitca Scholarships. The second group found a new home in what is today the exhibition space of the Proa Foundation, sponsored by the Techint Group. The third selection moved to the top floor of the Borges, adjacent to Julio Bocca’s Ballet School, until Guillermo was named professor at the University of Buenos Aires with an official space all of his own. The circle had closed after a decade: a project that had been rejected at first by all of the official institutions at first had become the star art program of the national university.

During this transition, we tried to find a permanent venue for the Kuitca Scholarships, as Guillermo’s project was then referred to in the press. We tried to place the Workshop within the Ditellian universe. There were conversations with Guido, Gerry and Rafael, as to how to locate the scholarship program in the available space of the UTDT. The University, however, did not have the capacity to include new areas of action. In these comings and goings with Rafael, we did convince Guido that a Kuitca painting would enhance his living room. In 1994, he bought a fabulous work. When an exciting work of an artist enters one’s home, a daily, and hopefully permanent, dialogue begins.

7. Incursions in Colonia del Sacramento

We discovered Colonia thanks to Guillermo and Franca Roux and, on that initial voyage by hydrofoil, we bought the house that in time would pass to the Benedits. A year later, we purchased the buildings and gardens of the River Plate Estancia Company overlooking the multicolored waterway. The property’s titles dated back to 1750. Guido and Nelly had a long history in Uruguay and shared our love for Colonia. They visited us at special moments, like the wedding of our daughter, Tania, to Luis Garat, now in charge of fund raising at the Borges.

We began to diversify our activities in Colonia: with Roger Haloua, we started an art gallery with Susana Aramayo, the dealer active in Montevideo and Punta del Este. Also, with Roger, we opened a restaurant, La Pulpería de los Faroles, where we often hung artwork. At that point, we were looking for activities that, in addition to being creative, were lucrative. That did not turn out to be our strong-point. With Gerry, we tried to develop the project of using San Pedro as a retreat for professors and visiting dignitaries. We had a trial run with Robert Fogel, Nobel Prize winner in economy, and his wife, Ined Morgan, dean of the University of Chicago. We spent a wonderful day between San Pedro and our restaurant, La Pulpería de los Faroles, proving that the idea was a valid one.

I returned to seek other ideas that would enrich our lives in Colonia. Kuitca had been taking his workshop participants to our home in San Pedro as a kind of year-end excursion. It was a productive effort that I wanted to build on. I tried to unite Guido, Guillermo and Joe Tulchin, also the owner of a Kuitca and director of the Woodrow Wilson Center in Washington, all already friends, in a project where each would build a home on our property on the banks of the River Plate and together create a center that would develop creative projects in art, economics, history, whatever. Once again, the timing did not correspond with existing realities.

8. A project for a home/museum

At that point in time, another project that we studied with Guido was converting the monumental house on Arribeños Street that Clorindo Testa designed for him and Nelly into a kind of a museum to house the pre-Columbian collection and his other diverse treasures. There was a sum of money available to launch the project, but there were a thousand details to be resolved. Guido offered me the role of director of a still-unwritten drama. The project never prospered: Guido was still not ready to leave the home where he and Nelly raised their children, even though its structure was uncomfortable for Nelly. Finally, the house was sold to the noisy school next door, and Guido and Nelly ended up on Ricardo Levene Street with a view of the MNBA.

9. The seven annual seminars: ‘Art & the Media’

The seven seminars, named “Art & Media” that I organized thanks to the enthusiasm of Gerry have served to link the Ditellian initiatives of the first epoch to what is to come in the future. The seminars recovered the voices of a number of protagonists of the sixties and opened the path to hear the voices of the young. They validated the role of collectors as a renewing force, taking into account the varied contributions of, for example, Eduardo Costantini and Jorge and Marion Helft. They provided the opportunity to make written history of verbal myths and register chronicles of anecdotes from before, the lifeblood of the kitchen of Argentine culture.

On announcing the first seminar, “How to Look at Today’s Art”, on August 23, 1995, Gerry announced: “Since the sixties, ‘Di Tella’ has become a generic term for audacity in art in the lexicon of ‘Porteños’. The UTDT wants to regain some of that special flavor which blossomed in the Institute Di Tella and brought life to Florida Street more than thirty years ago, when you perhaps were the same age as your college student children today. (…) The UTDT’s commitment to its students is not only that they acquire and deepen their knowledge in a specific area, but also to try to expose them to the concerns that mobilize the human being.”

It is worth remembering the network that this joint effort included: we were joined in the first session dedicated to the ‘artist’ by Benedit, Kuitca, Roux and Emilio Torti; to the art market, by Ruth Benzacar, Cecilia Caballero, Jorge Castillo, and Cristina Erhardt del Campo: to museums, by Mariano Bilik, Raul Santana and Julio Sapollnik; to education, by Alberto Bellucci, Elba Pérez, and Julio Sánchez; and to collecting, by Eduardo Costantini, Jorge Helft, Antonio Antonini and Guido Di Tella. There were also sessions dedicated to Film and Television, coordinated by Andrés Di Tella.

The second seminary in 1996, was called “Six Decades of Argentine Art” and included contributions by Victoria Verlichak, Pablo Siquier, Luis F. Benedit, Eduardo Costantini, Jorge Gumier Maier, Guido Di Tella, Guillermo Kuitca, Martin Blaszco, Enio Iommi, Martha Nanni, Clorindo Testa, Luis F. Noé, Franz Van Riel, Pablo Suárez, Victor Grippo, Ruth Benzacar, Laura Buccellato, Alfredo Prior, Alfredo Palacios, Marcelo Pacheco, Diana Schufer, Guillermo Whitelow, Horacio Safóns and Jorge Glusberg. The second and third seminars were held in the auditorium of the MNBA.

The third version (1997) was titled “Being an Artist Today” and included Marta Ares, Carlos Macchi, Jorge Glusberg, Enrique Banfi, Eduardo Miretti, Victoria Verlichak, Raul Santana, María Juana Heras Velasco, Marcelo Pombo, Graciela Hasper, Carlos Gorriarena, Patricia Landen, Nicolás García Uriburu, Juan Cambiaso, Guillermo Roux, Graciela Sacco, Javier D’Ornellas, Gregorio Díaz Lucero, Américo Castilla, Luis F. Benedit, Lucas Fragasso, Víctor Grippo and Guillermo Kuitca.

In 1998 the fourth seminar, titled “Icons of the Di Tella”, was held with sessions dedicated to Luis Felipe Noé, Marta Minujín, Edgardo Giménez, Clorindo Testa, and in memory of Jorge de la Vega. The participants were Irma Arestizábal, Gumier Maier, Jorge Helft, Marcelo Pombo, Ruth Benzacar, Guido Di Tella, Julio Llinás, Alejandro Vaca Bononato, Germán Gargano, Rosa Brill, Mariano Sapia, Nicola Costantino, Victoria Verlichak, Raúl Santana, Mercedes Casanegra, Mariano Sapia, Ana María Battistozzi and María José Herrera.

In 1999 we held the fifth seminar: “What is Art Today: Five artists in search of a definition”. Antonio Seguí, Luis F. Benedit, León Ferrari, Víctor Grippo and Pablo Suárez exchanged ideas with me over how to define an artist in today’s complex world.

In 2000 the sixth seminar was dedicated to “Singular Visions: Five artists who make no concessions” with Roberto Elía, Oscar Bony, Marcia Schvartz, Fermín Eguía and Roberto Fernández in dialogue with me.

In 2001 the UTDT presented the seventh, and what was to be the last, seminar: “The artist in a society in crisis” with Guillermo Kuitca, Arturo Carvajal, Luis Felipe Noé & Carlos Gorriarena, Sergio Bazán & Tulio de Sagastizábal, Américo Castilla & Oscar Smoje in dialogue with me.

The UTDT published transcriptions of the first three seminars with introductions by Guido: the small books have spread through the world. We have had requests from professors in Chile and Colombia to use them in their classes. In certain cases, such as Oscar Bony, Pablo Suárez and Víctor Grippo, the conversations are fresh and spontaneous and, at the same time, profound and revealing, the last testimony that remains…

We could not find financing for the eighth version of the seminar. It was to be called: “What Does Contemporary Art Have to Do with Me?” Aimed at the students, the topics were designed to provide the student with an introduction to the world of today’s expressions in the realm of the visual arts, with projected presentations by Guillermo Kuitca, Eduardo Costantini, Alicia de Arteaga, Julio Suaya and Nicolás García Uriburu, among others.

We tried a new approach with Juan Pablo Nicolini, Gerry’s successor. He felt it would be beneficial for the University to establish more active relationships with institutions in the US, and we designed an exhibit of some 50 paintings that could travel to a reduced circuit of US colleges. Once again, finances were our undoing: packing, shipping and insurance costs surpassed the available budget. One final effort came from Manuel Mora y Araujo, President of the UTDT’s Board: sending a selection of the paintings to provincial museums within Argentina. Another rocky period in state finances put an end to this project.

10. The mill complex at Puerto Madero

In one of the raptures of enthusiasm so typical of Guido, he purchased the old warehouses of the giant grain company, Molinos del Río de la Plata, part of the Bunge Born conglomerate. The site was a white elephant in search of a highly-skilled wild animal tamer. Thousands of cubic meters survived their decay in different degrees of disorder and destruction. With my son Tom, and Guido with his son Luciano, we weaved our way through the debris, careful not to fall through the decrepit floors. At the very top of the multi-storey structure, we found a cage-like space where Guido wanted to install a future office for himself. Each of us fantasized with certain spaces, but not even the most vivid imagination could cope with this labyrinth of potential.

Guido and Luciano asked me to prepare a draft for a project to recycle a renewed Di Tella Institute out of the rubble, one that in some way could house all the Ditellian activities between the new Figueroa Alcorta campus and the monolithic mill in Puerto Madero. I recommended forming a Development Commission whose members “would be distinguished for their capacity to produce results, for their lack of ‘vedettism’, their academic credentials, their international experience, their forward-looking vision, and their commitment to Argentine culture as a part of world culture”.

I prepared a ‘mission statement’ and emphasized the priority of assuring adequate financing, much of which was to come from renting part of the space to foundations or other similar institutions. It was an ambitious project and feasible in an Argentina of sustainable growth. Such circumstances turned out to be transitory once again, and the project proved impossible.

There was an excess of good ideas, but what lacked were tenants to fill the vast empty spaces. At the time of Guido’s death, no definition had been reached for the gigantic project.

11. A new campus for the UTDT

When Gerry was looking for the final millions of dollars for executing the master plan for the new site of the UTDT on Figueroa Alcorta, he asked me to prepare a study that would contemplate the creation of an Art Department at the new campus. We had often spoken about how to incorporate the time-honored Ditellian mystique within the new undertaking. We had signed an agreement with the MNBA to provide an exhibition space dedicated to programs that the Museum staff would generate. We projected a more adequate space for exhibiting this collection. There would be courses leading to degrees, seminars, lecture series, and a new attempt at integrating the Kuitca Scholarships. All kinds of initiatives seemed possible. As occurs in Argentina, during the years that it took to get all the official permits the City required, the economy deteriorated, a new crisis hit the country, and the project was placed on ‘stand-by’.

Even so we managed a first step, like a cat marking his territory. Clorindo Testa designed a structure on the new property for several of the UTDT’s programs. We selected a dozen paintings to hang there, works by Daniel García, Mauro Machado and Emilio Torti, three artists from Rosario with exhibition records in the US, and a work by Julián (Benedit) Prebisch, set in an area with Guido’s favorite memorabilia: a Di Tella car, a gas pump, and other icons that marked the product lines of SIAM. I wrote a tribute to Guido which hangs near the entrance. We had established a beachhead in the future site of the University!

12. An attempt at inter-American integration

In my state of frustration with the status-quo, I looked for ways to integrate the operators on the inter-American art circuit. At that moment, the only point of coincidence was the auctions of Latin American Art at Christie’s and Sotheby’s every May and November in New York. No other direct contact between Mexicans and Brazilians or Argentines and Colombians existed: they met in New York, or at a major event in Europe, or Miami.

I tried to design a mechanism that would permit periodic meetings in Latin territory. If Latin American art is to have any validity in a global context, it is up to the Latin Americans themselves to achieve this objective. Even today integration is still in diapers. Everyone sets his eyes on the North, and when a Latin American artist is accepted there, he becomes a valid option for a collector in the South.

My idea was that the leading players in the field would hold a meeting once a year in Miami after the May auctions in New York and a second meeting somewhere in Latin America itself toward the end of the year. In that way, this community of shared interests could begin to get to know each other in situ. The gatherings would include collectors, dealers, artists, critics and other concerned parties. I talked with Guido about the idea, but he did not see it as viable for his Ministry to support: he already had sufficient insolvable problems at the global level to divert his attention to specific ones in this hemisphere. Another project found itself relegated to the archives of unaccomplished dreams…

13. The 33rd Parallel South project

My travels around the globe began to put geopolitics in a clearer context. I lost my dependency on the idea that the globe is Eurocentric. After traveling in South Africa and New Zealand, I realized that the other nations of the Deep South had much to offer to the development of the Southern Cone countries. Everywhere at the end of the world, all eyes looked toward Europe and the US for guidance and inspiration. I on the other hand felt an initiative to stimulate any sort of exchange among the countries would be beneficial for all. I prepared a plan and presented it to Guido, who was finding himself in a purely north/south dialogue. He told me that my idea was ‘far-fetched’.

I followed the crusade on my own. The six cities that ring the 33rd Parallel South are Buenos Aires, Montevideo, Santiago, Sydney, Auckland and Capetown. I found moral support from official circles in Santiago and Montevideo. The director of the National Gallery in Capetown and museum directors in Sydney were enthusiastic about contributing logistic assistance. My contact in Auckland, Wystan Curnow, in reaction to Guido’s comment, said, “Of course, the idea is far-fetched. All original ideas seem far-fetched!” But Guido was never convinced, and I could not find any financial aid to launch the project, which contemplated not only cultural exchanges, but the gathering of minds versed in the regions’ economies and political affairs.

Once in Chile, I received support from the DIRAC, the cultural arm of the Foreign Ministry, where I was serving as juror in their programs for spreading Chilean culture abroad. Luisa Ulibarri, then director, presented my project at a regional meeting in Buenos Aires, where it was duly filed for future consideration. I had a moment of hope when Teresa Anchorena, the director of the Recoleta Cultural Center, decided to present the project to Amalia Fortabát. But I was then asked to redesign the project to include Europe, if I was to expect support. I could not do that. I think that this failure was my biggest frustration among the 1,001 ideas with which I tried to tempt Guido.

14. An exhibition for Guido: first try

In 2002, I proposed a project to the Di Tella family, one which combined three initiatives I wanted to accomplish. A new version of the Di Tella Prize; a show of work by all the artists who participated in the Di Tella Prizes and Experiences from 1962 to 1968, some 40 artists; and an exhibition I called “Guido’s Playthings”, which, as I wrote in the proposal, are “the exotic and eccentric objects that he gathered, a marvelous mélange of the classical and the everyday that so remarkably reflected his personality”.

The idea to initiate a new series of the Di Tella Prizes consisted in each artist from the earlier versions selecting a young artist for this rejuvenated version of the Prize. The jury would include an international personality, like in the early versions: I suggested Thomas Messer, president emeritus of the Guggenheim Museum. The jury would award four identical prizes, part in cash plus an exhibition with a catalog at the Borges in 2004.

All went well until we once again reached the financial barrier. A resolution for the future of the Prizes will have to await a new generation of players. If continuity cannot be consistent, at least, the desire to remember blossoms every so often, and that desire will provide the foundation needed to reactive the erratic memory of everything Argentine.

The end

Our collection of paintings grew and grew and wall space at the UTDT began to diminish. The bulletin boards dedicated to university activities multiplied and the works began to lose their visual integrity. Little by little paintings were removed to more occult corners, and a cycle draws to a close. At this moment, the aspiration of Gerry and mine for an Art Department has become a reality, thanks to the persistence of the actual president of the UTDT, Juan Pablo Nicolini. Art activities are now in the hands of a newly-formed in-house team under the direction of Ines Katzenstein, a young veteran of MoMA and MALBA.

For us, the experience has been miraculous, to be able to have our artwork in a place where it has been able, in part, to comply with its mission: to awaken the eyes of the thousands of students who have passed before these hundred paintings during the four years of their university formation.

Edward Shaw
Tunquén – October 2008

Despertando la mirada


DESPERTANDO LA MIRADA

Una historia de historias…

a Guido Di Tella


En la Argentina, la memoria es una materia prima tan escasa y valiosa como el platino lo es en el mercado de metales preciosos. Esta exposición es un ejercicio en memoria, tanto como un tributo a una colección y el impacto educacional que ha producido en su público. Durante la última década, estas obras han sido expuestas en la Universidad Torcuato Di Tella, beneficiando a miles de alumnos que han pasado frente a estos cuadros año tras año, jóvenes con su mirada puesta en el futuro. Las imágenes de las obras han sido inconscientemente grabadas en su memoria, conectándolos con su propia herencia cultural.

Despertando la Mirada es una exposición de cien obras hechas por los artistas más creativos de Argentina. Juntas e individualmente impactan al espectador y estimulan su visión a contemplar las muchas maneras de expresar la verdad a través del arte. También la muestra es un homenaje al genio creativo de Guido Di Tella, el hombre que alentó a los artistas del sesenta y fundó esta Universidad en los noventa.

María y yo ofrecemos esta exposición a él para señalar nuestro reconocimiento de un sensible hombre renacentista, capaz de desarrollar sus ideas, concretar sus proyectos y dejar huellas anchas que nos ayudan a progresar por las vías de la educación, el fundamento principal detrás de cualquier tramado de cultura. También para que nuestros recuerdos de él no se queden en el pantano del olvido, juntos a aquellos de tantos otros argentinos ejemplares.

Las obras cubren medio siglo de vivencias, experiencias, anhelos y desafíos por parte de las personas involucradas en su creación y su conservación. Lo que vemos es el lado material de una historia de entrañables búsquedas y sorprendentes hallazgos, hechos por una pareja que puso el arte delante de muchas otras prioridades.

Juntar un centenar de destacables obras suena como una hazaña monumental. Podría implicar la inversión de sumas significativas y el apoyo de expertos. Pero, al ritmo de dos obras por año, un ojo selectivo, y contacto personal con los artistas, es al alcance de cualquier profesional o empresario. En nuestro caso, este desafío fue el motor principal de nuestro quehacer durante muchos años, muchos viajes, muchas experiencias.

Hay mil maneras de coleccionar. El caso del padre de Guido, don Torcuato, para quien se nombró la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), fue diferente. Recurrió a un consejero experto, Lionello Ventura, que conoció todos los caminos a las obras maestras de Europa. Los tesoros clásicos que acumuló ya se encuentran en la planta baja del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).

El enfoque de Guido fue distinto: armado de una incontenible curiosidad, una intuición perspicaz y unas ganas desmesuradas, dedicó sus inagotables energías a descubrir y apoyar, entre otros afanes, lo mejor del más novedoso arte nacional. Primero, inauguró la Fundación que lleva el nombre de su padre, en 1958, diez años al día de la muerte del prócer, y luego el Premio Internacional de Pintura del Instituto Torcuato Di Tella, adquiriendo una selección de lo mejor que llegó del exterior para entregar las obras al acervo del Museo, con la esperanza de que la colección sirviera como una herramienta para enriquecerse la visión de los artistas locales.

En el caso de las obras hoy expuestas en el Centro Cultural Borges, los cuadros, objetos y esculturas son el resultado de una acumulación sin un plan maestro y un propósito definido. Ninguna obra, resultado de esa apasionada búsqueda que empezó en 1959, fue comprada en una galería o un remate. Muchos son trueques por arte primitivo, algunos regalos, otras intercambiadas por textos míos, otras compradas a precios convenidos entre amigos.

Visto desde la perspectiva de hoy, parece un sueño. Reunirlas requirió largos viajes: a las cumbres de California, a un castillo al borde del lago Como, a las Malvinas y, por supuesto, a los centros tradicionales, Nueva York, París, Milán, además de visitas a talleres en todos los barrios porteños, cordobeses y rosarinos. En este caso, la colección es la manifestación palpable de la complicidad, de metas en común, de sensibilidades afines.

El periplo argentino empezó un sábado de primavera en 1960, de la mano del Grupo Ver y Estimar y Jorge Romero Brest, con una visita al taller de Antonio Seguí en el Circulo de Vanguardia Obrera Católica de Balvanera en la calle Cangallo al 2200. A partir de esta tarde se concretó una amistad que toda la familia aún goza. Con el paso de las décadas, encarna ya una segunda generación, con Octavio, el hijo de Antonio y Graciela Martínez, y también Julián, hijo de Tatato Benedit y Mónica Prebisch, y Mateo, el hijo de Pat Andrea y Cristina Ruiz Guiñazú.

Habían también caminos paralelos: el arte ritual, tribal, oriental. Bajo el rubro de ‘primitivo’, de América, África, Asia y Oceanía, que por su fuerza y su desparpajo, su elegancia y su eco de lo esencial, nunca pierde vigencia. Hoy, como hace cincuenta años, estas piezas me congelan la mirada y me dan vuelta la mente. Me han ayudado a evaluar los parámetros del arte contemporáneo en un contexto más universal.

Me hechizó el arte precolombino y oriental antes que el contemporáneo que, como término, ni existía en mi juventud. En mi breve carrera de marchand de arte primitivo, empecé a conocer a artistas que querían cambiar cuadros suyos por telas prehispánicas, máscaras africanas, o imágenes antiguas del Buda. Su fervor llegaba a tal nivel que hasta querían comprar mis tesoros por plata: Horacio Butler, Héctor Basaldúa, por ejemplo.

Fue en este entonces en 1967 que entraron Guido y Nelly Di Tella a nuestras vidas. Habíamos organizado nuestra primera exposición importante en Buenos Aires, en la entonces Galería Ronald Lambert a pasos de la Galería del Este y el Instituto Di Tella en la calle Florida al 900. El Instituto para mí fue hito en mi educación: conocí por primera vez los grandes jóvenes internacionales que Jorge Romero Brest invitaba a exponer durante sus frecuentes safaris culturales alrededor del mundo. También descubrí la ‘vanguardia’ local que solía congregar en las salas del Instituto los sábados a partir de su inauguración en 1963.

Guido y Nelly aparecieron uno de esos sábados de mañana en la Galería Ronald Lambert y les hicimos un tour guiado de la muestra, que ofrecía obra de Fernando Botero, Antonio Seguí, José Gamarra, Juan O’Gorman, el muralista mexicano, cuadros primitivos de Haití, tallas coloniales andinas y un centenar de cerámicas y telas precolombinas: novedades para el magro mercado de arte internacional de Buenos Aires en aquel entonces.

Les contamos nuestras experiencias, y aparecían las coincidencias, las inquietudes en común, sensibilidades compartidas y un cierto gusto por la aventura que moviliza siempre al adicto del arte. Empezó una amistad duradera, basada en respeto mutuo, metas compartidas y valores similares. Vimos crecer hijos y luego nietos.

El gusto de Guido siempre fue universal: demostraba la misma alegría frente una obra maestra histórica que frente una obra artesanal de gran originalidad. En fin, la casa de ellos fue un ecléctico pot pourri de estéticas, comprobando que se puede mezclar los objetos más diversos, mientras que cada uno en si tiene algo especial. Otra característica que nunca faltó en Guido fue un pícaro sentido de humor: lo aplicaba en todas las circunstancias de su vida, para la incomodidad de varios.

Empezamos a visitar los Di Tella en la calle Superí, donde vivía aún la madre de Guido. La decoración hacía eco del Viejo Continente. Se constató la fuerza de lo tradicional cuando Guido nos pagó unas piezas: uno de los billetes de cien dólares fue de una serie descontinuada en los años treinta. ¡Nunca había recibido un billete tan antiguo! Se confirmó el dicho norteamericano que hay gente de ‘dinero viejo’.

Guido empezó a fascinarse con las culturas precolombinas argentinas y decidió formar una colección de piezas de alto impacto artístico. En este entonces no había el mercado que posteriormente llegó a florecer en Buenos Aires, despertado en gran parte por su iniciativa. Uno tenía que ir a la fuente y conseguir las piezas de viejas colecciones locales en manos de los mercaderes sirio-libaneses, los comerciantes judíos y los frailes de las distintas órdenes misioneros de la Iglesia Católica.

Nos propuso ir a Tucumán, Catamarca y Salta. Partimos en el vuelo 560 de Aerolíneas el 16 de enero de 1968 con primer destino, la ciudad de Catamarca. Fue el bautismo en una aventura alucinante. Recorrimos de a ratos el noroeste del país consiguiendo piezas ejemplares durante varios años. Ahora forman la base de la Colección Di Tella de Arte Precolombino Argentino que está en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Cada viaje producía sus obras y sus anécdotas. Investigamos, seguíamos pistas que terminaban en la nada, volvíamos vez tras vez para adquirir una obra maestra que nunca aparecía, a veces llegamos tarde y algún misterioso personaje había ya llevado el tesoro. Cambiamos sillas y mesas, por ejemplo, para equipar un colegio, por dos maravillosas piezas condor-huasi. Todo valía en la misión de armar una colección para Guido. Al fin de varios años logramos el cometido y Guido gozaba de un centenar de piezas, muchas de ellas únicas en calidad y rareza.

Ya el intrépido coleccionista puso su ojo en otro siglo: empezó a sentir el imán de los cuadros de Fernando Botero. El artista pasaba por el mejor momento de su extraordinaria carrera. Guido había visto los primeros cuadros de Fernando en nuestra muestra en 1967, pero ya en 1970 Botero había alcanzado el estilo que marcó su imagen para siempre.

En aquel entonces yo tenía un acuerdo entre caballeros con Fernando: me vendía un cuadro por año a precio de galerista. El convenio duró hasta que el artista entró en un riguroso contrato con la Marlborough en 1971. Guido se enamoró de un óleo que colgaba en nuestro ‘penthouse’ en la primera cuadra de Juncal: el retrato de un obispo de túnica roja con una serpiente subiendo su bastón de mando. Nelly, como en tantas circunstancias similares, aceptó estoicamente el metejón de su marido. Pero, a Guido le parecían algo exagerado los 2.500 dólares que pedía para el cuadro que medía 150 por 110 centímetros. Por fin llegamos a un acuerdo mutuamente aceptable, pero las miradas pocas entusiastas de Antonio Cardenal Caggiano pusieron en peligro la presencia de este religioso colombiano intruso. Fue ‘persona non grata’ en el estar de Nelly y pronto apareció en Christie´s. El ‘Obispo’ encontró nuevo hogar.

En 1968, gracias a sus conexiones con el Instituto, el MOMA envió a Buenos Aires una delegación de su International Council, liderado por el legendario René de Harnoncourt y Monroe Wheeler. El curador de obras sobre papel, William Lieberman, los acompañó con un modesto presupuesto para comprar obra. Para atraer los integrantes a nuestro departamento para ofrecerlos arte primitiva, repartí una invitación fotocopiada en sus buzones del Hotel Plaza. El mismo René de Harnoncourt, entusiasta del arte precolombino, apareció en la puerta el mismo día con Monroe Wheeler, quien compró una vasija nazca.

La voz corría entre los miembros de grupo e hicimos varias ventas y amistades, sobre todo con Eugene y Margaret McDermott de Dallas. En años futuros armamos una buena colección de arte precolombino para ellos que pasó al acervo del Dallas Museum of Fine Art. A raíz de la visita, Guido y Nelly hicieron una reunión en la casa de Belgrano donde pude conocer más de las distinguidas visitas.

Lieberman me compró obras de Antonio Seguí y el brasileño Antonio Dias para el MoMA. El Instituto organizó el envío y el posterior cobro, que se atrasó. Samuel Paz pidió mi intervención en el asunto y logré apurar la llegada de los cheques. Vi estas obras expuestas por primera vez en 2006 en el Museo del Barrio de Nueva York en una muestra de tesoros de Latinoamérica de las reservas del MoMA.

Guido y Nelly ya se convirtieron en referentes para nosotros: nos encantó la manera que combinaron familia, arte, educación, buen humor y un cálido estilo de vida.

El más insólito cruce de caminos con Guido fue en el aeropuerto africano de Dakar en la oscura noche del 17 de noviembre de 1972. Guido se encontraba en un avión al final de la pista, volviendo a la patria con el General Perón, y yo, en el terminal, haciendo una escala en la ruta de SABENA que conectaba Buenos Aires con Bruselas. También viajaba en aquel vuelo el Padre Carlos Mugica, el sacerdote que nos había casado nueve años antes, acompañado por el hombre que dos años después aparentemente ordenó su muerte, José López Rega, fundador de la Triple A. Nos encontrábamos a unos doscientos metros el uno del otro en el medio de África, sin poder saludarnos.

Guido apaciguó su afán de coleccionista al entrar en la carrera política. Podía combinar la estimulante actividad con sus otras vocaciones empresariales, educativas, culturales, pero la política llegó a devorar sus energías. Nuestra relación cambió de rumbo: en vez de abastecerle con obras, pasé a inundarlo con ideas y proyectos relacionados con el arte y la educación, para aumentar el papel de la cultura en las erráticas actividades del gobierno.

En esta década de 1965 a 1975, se formó la base de nuestra colección. Ya habíamos cambiado varios cuadros por obras precolombinas con Antonio Seguí y compramos obras de José Gamarra que compartía el taller con Antonio. Cambiamos tres cuadros con Rómulo Maccio por arte africano en su estudio en Defensa 1356; comprábamos los clásicos grabados de ‘Ramona’ de Antonio Berni en cien dólares cada uno en su espacioso taller en Rivadavia 4139. Encontré ‘Ramona Montiel Cortesana’, que aparece en esta muestra, en un rincón olvidado de su taller: Berni me lo vendió por 240 dólares. Luego descubrí la larga trayectoria de la obra en museos de Estados Unidos. Manucho Mujica Laínez me condujo a la peluquería de Ana Sokol en la calle 25 de Mayo, donde ella me vendió cinco de sus deliciosos cuadros.

Cambiamos una voluptuosa figura de la India de la muestra ‘Asia’ que armamos en la Galería Bonino por dos espléndidos dibujos de Bobby Aizenberg en su casa-taller en Caseros 410. Compramos dos ‘Astrominotauros’ de Raquel Forner en su studio en la Cité des Arts en Paris; dos obras de Fernando Maza en su taller en Nogent-sur-Marne; y un dibujo de Jorge Demirjián. También deambulando por Europa, compramos obras de Valerio Adami, René Bertholo, Lourdes Castro, Antonio Dias, Leonardo Cremonini, Jan Voss y otros.

Poco a poco, el departamento desbordó de obras, pero la serie de muestras que hicimos en Bonino, primero ‘America’ (1969), en la calle Maipú, y luego en la flamante galería diseñada por Clorindo Testa a la vuelta de Florida, ‘Africa’ (1970), ‘Asia’ (1971) y la última, ‘Oceania’ (1972), iba disminuyendo el stock.

El Instituto Di Tella había ya cerrado sus puertas. Guido encontró una nueva manera de apoyar las artes desde su posición como director del Fondo Nacional de los Artes. Nosotros decidimos buscar un refugio tranquilo y fuimos a Colonia de la mano de Guillermo y Franca Roux. Ya nos gustó tanto la obra de Guillermo de esta época que nos adelantamos a comprar acuarelas aún no hechas para ganarles la mano a otros entusiastas.

En estos años, conocimos a Pat Andrea, hicimos cosas juntos aquí, en Colonia, en Europa, hasta en Java y Bali. Ilustró un libro en nuestra casa de la Playa Ferrando en Colonia, nos pintó un cuadro en nuestra planta baja de Talcahuano, donde estaba hospedado en aquel tiempo, y un galgo en San Pedro inspiró otra obra. Fuimos con Samuel Paz al taller de Ricardo Garabito donde conseguimos un óleo inolvidable; luego un par de pinturas de Adolfo Nigro; a lo de Pablo Siquier con Sonia Becce y compramos un cuadro de la primera época; también obras de Mariano Sapia, Martín Reyna y Emilio Torti, cuyo trabajo descubrimos en la Fundación San Telmo, y luego rastreamos en Rosario. Ya empezamos a tener más cuadros que paredes…

Los años difíciles transcurrieron más en Colonia, en el campo de San Pedro, que en Buenos Aires. Guido y Nelly pasaron unos años en Oxford. El lazo con Oxford se concretó unos años más tarde cuando David Elliott, el director del Museum of Modern Art de Oxford vino a Buenos Aires para organizar una muestra de arte argentino que viajaría a su museo. Tuve la oportunidad de trabajar con él en el catalogo y prestar un Seguí y un Kuitca para la exposición, además de contribuir con un texto sobre Kuitca a la publicación. Esta misma muestra volvió, después de escalas en museos en Stuttgart, Londres y Lisboa, a Buenos Aires y fue la estrella de la inauguración del Centro Cultural Borges en 1995.

Volviendo a la evolución de la colección que se expone hoy, cada año nos trajo alguna grata sorpresa. Lo más emocionante fue cuando descubrimos a Guillermo Kuitca y adquirimos varios de sus cuadros. Luego, seguimos con los jóvenes del primer Taller de la Boca: Daniel García, Mauro Machado, Manuel Esnos, Graciela Harper, Tulio de Sagastizábal, Sergio Bazán, Mariano Sapia, Julián Trigo… Compramos las primeras esculturas: maderas talladas de los cordobeses: Tulio Romano, José Landoni y luego Juan Carlos Der Hairabedian; además objetos de Jorge Simes y cajas de Fernando Allievi y Rosa González, todos de Córdoba. La escultora cordobesa Sara Galiasso nos hizo una fuente y luego una instalación en mi casa sobre el Pacifico en Chile.

Retomando la cronología, durante la presidencia de Carlos Menem, yo tenía cantidades de planes y proyectos para Guido. Nos vimos con menos frecuencia pero aumentó el volumen de mis cartas. De vez en cuando hablábamos de arte, pero el eje pasó a temas más substanciales. Le mandé un programa para unificar los esfuerzos de la Cancillería, para que cada eslabón contribuyera a producir una clara imagen de calidad internacional del país en el exterior. Imaginen como una acción así caería en los pasillos de un Ministerio.

Tal vez no debería quejarme, porque en 1997 la Cancillería me nombró comisario y curador del envío oficial a la XXIV Bienal de Sao Paulo. Fue el reconocimiento por parte de mi país adoptado que más aprecié. Después de un largo proceso de introspección y evaluación, terminé con dos candidatos: Jorge Macchi y Nicola Costantino. Sentí que debería esmerarme porque el curador de aquella Bienal fue Paulo Herkenhoff y el presidente de la Fundación de la Bienal, Julio Landmann, ambos respetados amigos de muchos años.

El espacio donde se desarrolla la bienal es desolador, frío e inmenso. El proyecto que me presentó Jorge fue genial, pero sentí que iba a perderse entre las presentaciones estrambóticas que lo iban a rodear. Nos dieron un espacio privilegiado, pero en el medio de un enorme vacío. El proyecto de Nicola de su ropa de símil piel humano revestido de pieles animales, que se tituló “Peletería con piel humana”, además de hacer eco de las últimas extravagancias ditellianas del sesenta, tan relacionadas con la moda, tenía una feroz atracción. Las ‘vitrinas’ que armamos con su ropa recibieron más centímetros de prensa y provocaron más curiosidad entre las multitudes que cualquier otro envío nacional.

Muchas de mis inquietudes trataban de temas no oficiales: como Guido no tenía el tiempo ni espacio para considerar todos estos temas, algunos los tratamos con sus hijos Luciano y Rafael o directamente con la UTDT. Fuimos a la casa a comer a veces, o hablamos en las oficinas de las empresas familiares en la bajada de la calle Esmeralda, y luego hubo breves reuniones en la flamante sede de la Cancillería. De alguna manera, se produjo una saludable sinergia entre las partes y se logró mucho en un variado abanico de temas.



1. Los Premios de Artes Visuales de la Fundación Torcuato Di Tella.

Los Premios Di Tella, por ejemplo, fueron el único camino para que un artista en vida tuviera acceso a las salas del MNBA. Después de un primer intento de revivir los tan aplaudidos premios, cuyo ganador fue Alfredo Hlito, se perdió el ritmo. Guido me nombró miembro del jurado junto con Daniel Martínez y Samuel Paz. Puse fechas y se reinició el proceso.

La discusión fue reñida en la segunda versión del Premio: ganó Antonio Seguí después de varias votaciones. La exposición salió genial, gracias a la incorporación de Julio Suaya como promotor del evento. El apoyo de su cliente, Telefónica de Argentina, fue crucial en el éxito. El presidente Menem inauguró la muestra y decenas de miles de personas la visitó en Buenos Aires y luego en Mar del Plata en aquel verano.

Nos organizamos a tiempo para el tercer premio que, con el mismo jurado, ganó Luis Fernando Benedit. También la exposición resultante tuvo repercusiones positivas y, gracias a Telefónica, se produjeron importantes catálogos-libros en los dos casos. Al llegar el momento de la cuarta versión, todo se complicó. Ya el MNBA había abierto sus salas a muestras de artistas de todas las edades con trayectorias más variadas: no había un padrón identificable de calidad. Mostrar en el MNBA perdió su sabor de consagración. Daniel Martínez había muerto: sugerí a Irma Arestizábal como el tercer integrante del jurado. No pertenecía a ninguna pandilla cultural. Se agregó Jorge Glusberg en su papel de director del MNBA y Julio Suaya, sin voto, como representante de Telefónica.

El jurado nunca se reunió. En el ínterin, el MNBA anunció en su programación del próximo año una exposición de Victor Grippo, ganador del Premio Di Tella aún no otorgado… Dadas las confusas circunstancias, la reunión de los jurados fue suspendida hasta una fecha aún no determinada. Para la continuidad, se necesita memoria y disciplina, roles definidos con poder de decisión asignado. Por lo menos, tres de los grandes, Alfredo Hlito, Antonio Seguí y Luis Fernando Benedit recibieron su merecido reconocimiento.

A fines de 1999, Guido y Luciano me pidieron un proyecto sobre la formación de un nuevo Instituto Di Tella en los galpones abandonados de Molinos Río de la Plata en Puerto Madero. Esta iniciativa nunca prosperó. (ver 11.) A la vez, hablamos de distintas posibilidades de una futura versión de los Premios y de los espacios dignos en Buenos Aires para alojarlo: el MNBA, el MALBA, el Borges o en el futuro en el campus de Figueroa Alcorta, hasta en Puerto Madero. A partir de 2002, Luciano se había entusiasmado con la posibilidad de reactivar el programa de premios, especialmente el de artes visuales. Barajamos varias alternativas, pero no fue posible encontrar un sponsor para reemplazar la debilitada Fundación Torcuato Di Tella.

2. El Centro Cultural Borges

Un proyecto que dio trabajo pero produjo satisfacción fue la creación del Centro Cultural Borges, un acontecimiento casi mágico. Salió de una reunión social en Punta del Este donde se encontraban Guido, Mario Falak y Roger Haloua, tres hombres con probada capacidad de realizar proyectos grandes. En su origen, Galerías Pacífico había aceptado la obligación de ceder unos 10.000 metros cuadrados de su superficie a la Sub-Secretaría de Cultura para un centro de artes visuales. Resultó que la Sub-Secretaría no tenía ni la plata ni el personal idóneo para un emprendimiento de tal envergadura.

En aquella tarde en Punta, Haloua aceptó el desafío de concretar el Centro en nueve meses, con el apoyo financiero de Galerías Pacífico, bajo un directorio compuesto de tres ministros de estado y unos civiles ejemplares. Ninguno de ellos tenía la más mínima responsabilidad definida. La fecha de la inauguración, sin embargo, fue inamovible. Combinaba con la visita oficial del Rey Juan Carlos y su mujer en Octubre, 1995.

Haloua me pidió un proyecto para constituir el Centro y entré como asesor inmediatamente. A Guido le encantaba dar un empujón a los proyectos culturales con visión a futuro, y tuvimos su apoyo espiritual incondicional durante los caóticos nueve meses del embarazo de una hectárea en ruinas. Había aciertos, logros, disgustos, fracasos, sobre todo en el tema de encontrar sponsors. Todo, sin embargo, cuajó a las mil maravillas y el Rey quedó feliz con la experiencia. La única desaventura de la noche: la encantadora Cristina del Campo, representante de Christie’s, raptó al Rey a otro rincón del vasto Centro para mostrarle la Corona de los Andes que la casa de remates londinense había aportado para la celebración del nacimiento del Borges. Lisa Palmer, la encargada de América Latina, se entusiasmo con el Centro Borges cuando se lo mostré en plena construcción y convenció a sus superiores prestar la Corona, valuada en 5 millones de dólares, al Centro Borges por 24 horas. La legendaria Corona, de la Virgen de los Andes, de oro y esmeraldas, cumplió un papel esperanzador al aparecer en la cuenca del Río de la Plata.

Luego, la infatuación de Christie’s casi se convirtió en romance: planificamos juntos la primera subasta de la casa de remates en Latinoamérica. El evento benéfico, sin embargo, se complicó. Se puso la coordinación de la selección en manos de una joven cuyo criterio no alcanzaba el nivel del Borges y tuvimos que retirarnos del proyecto. El remate nunca se realizó.

3. La incorporación del Museo Nacional de Bellas Artes

El MNBA decidió incorporarse al emprendimiento del Borges y destinamos espacios donde el Museo podría colgar selecciones de obras de sus enormes reservas. Cuando la UTDT adquirió las antiguas bodegas de Aguas Sanitarias en Figueroa Alcorta a la altura del Estadio de River Plate, negociamos un acuerdo con el MNBA para que también contaran con la presencia del Museo en la nueva sede de la UTDT, un masivo proyecto diseñado por Clorindo Testa.

El proyecto cumplía con la misión del MNBA de poder mostrar su ‘trastienda’ a públicos que no llegarían al mismo Museo en Avenida Libertador. En el caso del Borges, la unión duró poco: la continuidad no es prioridad… Con la UTDT, aún no se ha arrancado: las mil y un vueltas implicadas en realizar los grandes cambios han detenido este monumental proyecto, y el tema quedó en el olvido. Pero, sí, logramos concretar un acuerdo entre la UTDT y el MNBA. Jorge Glusberg nos ofreció el auditorio del Museo para los seminarios de arte contemporáneo que la UTDT había iniciado en 1996.

4. La relación con las Islas Malvinas

Como una telaraña casi incestuosa, las relaciones entre la UTDT, el MNBA, el Borges, los grandes artistas, la educación y la difusión del arte se extendía a áreas inesperadas: por ejemplo, las Islas Malvinas. Mi propia obsesión con el tema empezó en abril 1982 cuando las calles de Buenos Aires brotaron con afiches, vidrieras, graffiti y demás manifestaciones de apoyo a los soldados en las Islas. Yo salía todos los días a sacar fotos de este emocionante abanico de expresiones visuales. Por supuesto, mi compromiso me expuso a los peligros del momento: una noche justo después de haber cenado en Arribeños con Guido y Nelly, paré a sacar fotos en una dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores (territorio de Nicanor Costa Méndez en aquel momento) en la esquina de Reconquista y Ricardo Rojas.

Al subir a mi Fiat 600 rumbo a casa, me di cuenta que nos seguía un Ford Falcon verde oliva. Nos detuvo en frente de la Galería Bonino y me encontré con un revolver apoyado en mi sien. Me aplastaron contra la pared para una breve revisión y, gracias a Díos y mi nacionalidad norteamericana, nos llevaron a la Comisaría en Suipacha. Allí expliqué al oficial de guardia que solo registraba las imágenes de los carteles para que mis hijos y nietos pudieran algún día entender los insólitos eventos del momento.

Una década después, una publicación norteamericana me comisionó para escribir sobre las Malvinas como posible destino turístico. Investigué las posibilidades del viaje con la Embajada Británica y la Cancillería. Así es que fui el primer residente argentino que pasó una semana en las Islas después del Conflicto. Una de mis misiones personales fue buscar artistas jóvenes. Había dos artistas establecidos que se dedicaban a la naturaleza de su entorno: Tony Chater y Ian Strange. Después de preguntar a una docena de isleños, descubrí a James Peck. Tenía que caminar el largo del pueblo hasta el último grupo de casas. James tenía unos 23 años en 1993 y había estudiado arte en Londres. Estaba desarrollando un estilo personal y la obra trataba de sus tenues recuerdos del Conflicto. Hablamos de organizar una muestra en Buenos Aires, cometido que logramos un año después en la galería de Sara García Uriburu. Se vendieron todas las obras: Guido compró una serie de dibujos.

Al volver del viaje, me reuní con Guido para mostrarle mi texto. El viaje me aclaró una serie de dudas sobre la situación en las Islas. El tema más importante por lejos era la desactivación de las minas que habían quedado desparramadas por los lugares poblados sin suficiente información para ubicarlas. Guido intentó encontrar la manera de sacarlas, pero nadie, ni de Estados Unidos, Inglaterra u otra parte, podía garantizar una limpieza 100 por ciento segura.

Me parecía que la gran mayoría de los residentes aceptaría una buena oferta y vendería sus propiedades al gobierno argentino, si se decidiera el tema por voto secreto. La única manera de convencerlos, pensé, de la seriedad de una oferta sería depositar una suma significante en una cuenta en custodia de la sucursal del Standard Chartered Bank, la única entidad financiera existente en las Islas. Las posibilidades de esta solución se complicaron con el jolgorio de la prensa, y las circunstancias nunca permitieron florecer esta idea.

Como destino turístico, había posibilidades más concretas. La infraestructura de la base militar de Mount Pleasant es más grande que todo lo que hay construido en la Islas. Tiene un aeropuerto gigantesco. Convertir el complejo en centro de convenciones, con hoteles de distintas categorías, restaurants, tiendas, etc. sería factible. Las Islas tenían grandes posibilidades para instalar parques temáticos, a lo Disney – de piratas, viajes de exploración, guerras, la pesca, observar fauna, trekking, etc. La iniciativa proveería empleo a todos los isleños que querían trabajar. El momento aún no ha llegado…

Por supuesto, saqué fotos y, al volver, Julio Sapollnik me invitó a presentarlas en las Salas Nacionales de Exposiciones (ex-Palais de Glace) en la primavera de 1994. La exposición, que luego siguió en el verano al Teatro Auditórium en Mar del Plata, gozó de la atención de diarios, revistas, radio y televisión, y el ávido público llenó dos libros de actos de los más disímiles comentarios, de ex-combatientes, kelpers, políticos, estudiantes, extranjeros, etc.

5. La Universidad Torcuato Di Tella

Una de las decenas de miles de personas que visitaron la muestra fue Gerardo Della Paolera, rector de la UTDT. Me invitó a llevar la muestra a las paredes de la flamante UTDT, empezando su segundo año de clases, en la vieja sede de la empresa Pfizer. Los paneles de fotos de la vida cotidiana, la fauna y los paisajes y personajes de las Islas dieron cara y cuerpo a un incógnito: ningún argentino con la excepción de las tropas y algún que otro contratista tenía la más mínima idea de la topografía – paisajística o humana – del lejano lugar con tanto arraigo británico.

A Gerry le gustó ver las paredes del edificio con imágenes fotográficas, especialmente de un tema tan controvertido como el de las Islas. Le parecía una manera amena para introducir a los alumnos en el dinámico mundo de arte, una tradición tan ‘ditelliana’ como la educación misma. En este preciso momento, nosotros estábamos por mudarnos de nuestro departamento en la calle Talcahuano, con sus 200 metros de jardín. El espacio había entusiasmado a Guido y Nelly en unos de los muchos momentos en que buscaron una alternativa a la casa de Arribeños que, ya sin hijos, se convertía en un espacio inhóspito para Nelly. Pero el timing no coincidió.

Gerry vino a casa y vio todos los cuadros que aún no habían encontrado un nuevo destino. Sugirió que los prestara a la UTDT para el beneficio de los alumnos. La movida de unos cien cuadros salió. Los enmarqué con unas tiras de madera pintada que un joven artista armó a un costo ínfimo y salieron hacia Mignones en varios viajes de un taxi-fletero amigo. Fue una fiesta ubicarlos uno por uno en los pasillos, las aulas, las salas, la biblioteca y los despachos del rector y demás profesores. En esta fase inicial de la instalación y luego en el seguimiento, el apoyo de Hugo Vallejos fue crucial: nos brindó su espíritu de compromiso y el rigor de su actuar. Me hace acordar que le debo una foto de las Malvinas, las islas que sobrevoló como aviador en el Conflicto.

Guido había puesto la UTDT en las manos más aptas posibles para una tarea gigante que implicaba levantar una universidad de dimensiones internacionales. Gerardo Della Paolera es un vorágine de energía, generador excelso de proyectos e implacable al ponerlos en práctica. Bajo su hábil mando, la UTDT floreció. Tuve la suerte de acompañar el proceso, con títulos como Curador de Colecciones de Arte, coordinador del Departamento de Arte (en formación) y miembro del Consejo de Gestión Administrativa, del Comité de Desarrollo, y el Comité de Becas. Como todavía hay poca conciencia sobre la importancia de becas a universidades privadas, la tarea de convencer empresarios de donar 700 dólares por mes para becar un joven talentoso fue colosal. Tuve suerte con el Deutsche Bank y con Roberto Rocca, que quería conocer periódicamente el progreso de su becado. La experiencia de ver crecer un proyecto de la magnitud y valor de la UTDT es algo que nunca olvidaré.


6. Las Becas Kuitca

Guillermo Kuitca y sus inquietudes sobre la formación del joven artista llegaron a ser tema de muchas iniciativas – algunas concretadas, otras no. Conocí a Guillermo a fines del ‘80 en su taller en la calle Cangallo 2315. Me impactó su visión y empezamos a comprar su obra. En 1990, cuando le ocurrió la idea de crear un taller para jóvenes con comprobado talento, me pareció de una generosidad increíble. Este artista de 29 años estaba aún en el proceso de consolidar su propia carrera. Me di cuenta de que tenía la determinación y fuerza de carácter suficientes para manejar los dos emprendimientos simultáneamente.

Cuando me invitó a ser jurado junto con él y Thomas Cohn, el marchand uruguayo radicado en aquel entonces en Río de Janeiro, acepté con la certeza que el proyecto iba a superar sus expectativas y ser de largo aliento. Bajo el auspicio de la Fundación Antorchas y la vigilancia de Jorge Helft, el primer grupo de 16 artistas fue seleccionado entre unos 300 postulantes. El criterio que empleamos fue duro; la calidad y la originalidad primaron. Guillermo reservó el derecho de veto, según lo que sentía después de una entrevista personal.

Antorchas alquiló un amplio espacio de dos pisos en calle Irala 1505 donde se construyeron los box individuales para cada artista. Los jóvenes empezaron a reunirse regularmente: Guillermo asistía los viernes, almorzando con los chicos y revisando su trabajo en el espacio de cada uno. En la tarde un artista presentaba su obra nueva al maestro y sus pares para recibir los comentarios de todos. Daniel Besoytaurube viajaba de Mar del Plata y Mauro Machado de Rosario para asistir a las sesiones con Guillermo y quedarse el fin de semana pintando.

Condujimos a todos los coleccionistas, curadores, directores de museos y artistas relevantes que llegaron a Buenos Aires hacia el taller para mostrarles lo que hacían los artistas, y para acostumbrar a los jóvenes a manejarse entre el mundo internacional del arte. Servía porque se agrupaba un grupo representativo de lo mejor en un solo lugar. Al completar los dos años pactados con Antorchas, el grupo se quedó sin padrinazgo. Todos querían seguir un año más y Guillermo aceptó la propuesta que le hicimos con Adriana Rosenberg de continuar con el Taller de la Boca.

Salí a buscar amigos con la predisposición de apoyar las buenas causas. A cambio de algunos cuadros de miembros del Taller, el amigo aportaba cinco mil dólares. Conseguí a Guido que nombró a su hijo Rafael como el enlace; a Roberto Rocca de Techint; Edgar Gunther, el mecenas de los Premios Gunther en Argentina, Brasil y Chile; y Lorenzo Einaudi, hoy el presidente del directorio del Borges.

Ayudamos en internacionalizar las carreras de los artistas. Organicé una muestra en un espacio alternativo en SoHo. Coincidió con mi participación en coordinar un seminario en Sotheby’s y tuve la posibilidad de llevar a los 20 coleccionistas internacionales a ver la muestra en la empresa de transportes DAD de Michael y Susana Leonard en 619 Broome Street. Varios del grupo compraron obras: también el artista Red Grooms. Frank Stella y otros miembros del Establishment neoyorquino visitaron la muestra.

Acompañé a Guillermo a Washington donde montaba una muestra de su obra reciente en la prestigiosa Corcoran Gallery y para cerrar las negociaciones para una muestra del Taller en el Museo de las Américas de la OEA. Los dos eventos fueron éxitos y la muestra del Taller seguía a Detroit a la Galería George N’Namdi. Varios de los artistas encontraron galerías gracias a estas movidas.

Rafael seleccionó algunos cuadros de los artistas del Taller y Guido respondió a llamadas de urgencia de logística como un caballero. Para todos, fue una experiencia grata que cumplió armoniosamente con su fin. Seguí como jurado en las próximas dos Becas. El segundo grupo encontró su nuevo hogar en lo que hoy es la sede de la Fundación Proa, bajo el auspicio de Techint. La tercera se trasladó al último piso del Centro Borges, vecina de la Escuela de Ballet de Julio Bocca, hasta que Guillermo fue nombrado profesor de la UBA con un espacio oficial. El círculo se cerró después de una década: un proyecto que recibió rechazos de las instituciones oficiales al principio se convirtió en un programa estrella de la misma UBA.

Durante el transcurso de estos cambios, tratamos de encontrar una sede permanente para las Becas Kuitca, como ya se conocía el proyecto de Guillermo. Intentamos ubicar el Taller en el universo ditelliano. Hubo conversaciones con Guido, con Gerry, y con Rafael, sobre como ubicar el programa de becas en el espacio de la UTDT, pero la universidad aún no tenia la capacidad de incluir nuevas áreas de acción. En estas idas y venidas, con Rafael convencimos a Guido de que un Kuitca en su sala de Arribeños sería un aporte. En 1994 compró una obra fabulosa. Cuando la obra de un artista entra en la casa, el contacto es diario y el diálogo permanente.

7. Acercamientos a Colonia del Sacramento

Nosotros descubrimos a Colonia gracias a Guillermo y Franca Roux y, en aquel viaje inicial en aliscafo, compramos la casa que después pasó a ser de los Benedit. Un año después compramos el casco del River Plate Estancia Company, una propiedad cuyos títulos datan desde 1750. Guido y Nelly tuvieron una larga historia con Uruguay y compartieron nuestro amor por Colonia, visitándonos en ocasiones excepcionales, como el casamiento de nuestra hija Tania con Luis Garat, actual encargado de procurar recursos para el Centro Cultural Borges.

Nos había instalado en Colonia con una serie de distintas actividades: con Roger Haloua pusimos una galería de arte con Susana Aramayo, la marchand de Montevideo y Punta del Este. También, con Roger, abrimos un restaurante, La Pulpería de los Faroles, donde solíamos colgar obras. Con Gerry habíamos desarrollado la idea de utilizar a San Pedro como lugar de retiro para profesores y visitas de la UTDT. Hicimos el experimento con Robert Fogel, Premio Nobel de Economía, y su mujer Ined Morgan, rectora de la Universidad de Chicago. Pasamos un día maravilloso entre San Pedro y nuestro restaurant La Pulpería de los Faroles, comprobando que la idea tenía validez.

A esta altura buscábamos algo más sólido, más creativo. Se me ocurrió una idea de cómo enriquecer nuestras vidas en Colonia. Guillermo llevaba los ‘becarios’ un par de veces en diciembre como viaje de egresados. Traté de unir a Guido, Guillermo y Joe Tulchin, también dueño de un Kuitca, conferencista en la UTDT y director del Woodrow Wilson Center en Washington, amigos entre ellos todos, a construir casas sobre las barrancas del río y armar un centro para reunir mentes afines para elaborar proyectos creativos en arte, economía, historia, lo que sea. Otra vez, el timing no correspondía con las mutuas realidades.

8. Un proyecto de casa-museo

En ese entonces, otro proyecto que estudiamos con Guido se trataba de convertir la casa que Clorindo Testa diseñó para él y Nelly en la calle Arribeños en una suerte de museo para alojar la Colección de Arte Precolombino y otros tesoros. Había una suma de dinero disponible para lanzar el proyecto pero se quedaron mil detalles por definir. Guido me propuso el papel de director de un drama aún no escrito. La idea no prosperó: a Guido le costó pensar en dejar la casa donde se criaron todos sus hijos, aunque el formato ya le incomodaba a Nelly. Al fin, la casa se vendió al colegio de al lado, y Guido y Nelly recalaban en la calle Ricardo Levene con vista al MNBA.

9. Los siete seminarios anuales: ‘Artes y medios’

Los siete seminarios, bajo el nombre de “Artes y Medios” que organicé gracias al entusiasmo de Gerry servían de eslabón entre las iniciativas ditellianas de la primera época y las que vendrán en el futuro. Recuperaron las voces de varios de los actores de la década del 60 y abrieron la palestra para escuchar a los jóvenes. Validaron el papel del coleccionismo como una fuerza renovada, tomando en cuenta los variados aportes de, por ejemplo, Eduardo Costantini y Jorge y Marion Helft. Permitieron hacer historia escrita de mitos verbales, y registrar crónicas de anécdotas de antes, la savia de la cocina cultural argentina.

Al anunciar el primer seminario, ¿Cómo ver el arte actual?, el 23 de agosto de 1995, Gerry proclamó: “Desde los años ’60, “Di Tella” ha pasado a ser un término genérico en el lexicón porteño para la audacia en el arte. La UTDT quiere recuperar algo de este sabor tan especial que brotó en el Instituto Di Tella que animó la calle Florida hace más de 30 años cuando usted tal vez tenía la edad de sus hijos universitarios hoy. (…) El compromiso de la UTDT es que sus alumnos no solo adquieran y profundicen sus conocimientos en alguna disciplina, sino también tratar de exponerlos a la gran variedad de inquietudes que mueven al ser humano. El arte y la cultura son fundamentales entre ellas.”

Vale la pena recordar la trama de este esfuerzo en conjunto: participaron en la sesión sobre el artista - Benedit, Kuitca, Roux, Emilio Torti; sobre el mercado de arte – Ruth Benzacar, Cecilia Caballero, Jorge Castillo, Cristina del Campo, sobre los museos – Mariano Bilik, Raúl Santana y Julio Sapollnik; sobre educación – Alberto Bellucci, Américo Castilla y Jorge Demirjian; sobre la crítica – Fabiana Barreda, Elba Pérez y Julio Sánchez; y sobre el coleccionismo – Eduardo Costantini, Jorge Helft, Antonio Antonini, y Guido Di Tella. Se hizo una muestra de obra reciente de jóvenes artistas con cada sesión: Sergio Bazán, Graciela Hasper, Mariano Sapia, Carolina Antich, Mauro Machado y Daniel García. También había un ciclo sobre Cine y Televisión, coordinado por Andrés Di Tella.

El segundo seminario, en 1996, se tituló “Seis décadas de arte argentino” e incluía exponencias de Victoria Verlichak, Pablo Siquier, Luis F. Benedit, Eduardo Costantini, Jorge Gumier Maier, Guido Di Tella, Guillermo Kuitca, Martín Blaszco, Enio Iommi, Martha Nanni, Clorindo Testa, Luis F. Noé, Franz Van Riel, Pablo Suárez, Victor Grippo, Ruth Benzacar, Laura Buccellato, Alfredo Prior, Alfredo Portillos, Marcelo Pacheco, Diana Schufer, Guillermo Whitelow, Horacio Safons y Jorge Glusberg. El segundo y tercer seminario tomaron lugar en el auditorio del MNBA.

La tercera versión (1997) se llamó “Ser artista hoy” e incluía a Marta Ares, Carlos Macchi, Jorge Glusberg, Enrique Banfi, Eduardo Miretti, Victoria Verlichak, Raúl Santana, María Juana Heras Velasco, Marcelo Pombo, Graciela Hasper, Carlos Gorriarena, Patricia Landen, Nicolás García Uriburu, Juan Cambiaso, Guillermo Roux, Graciela Sacco, Javier D’Ornellas, Gregorio Díaz Lucero, Américo Castilla, Luis F. Benedit, Lucas Fragasso, Víctor Grippo y Guillermo Kuitca.

En 1998 se realizó el cuarto seminario: “Pivotes del Di Tella” con sesiones dedicadas a Luis Felipe Noé, Marta Minujín, Edgardo Giménez, Clorindo Testa, y en memoria de Jorge de la Vega. Participaron Irma Arestizábal, Gumier Maier, Jorge Helft, Marcelo Pombo, Ruth Benzacar, Guido Di Tella, Julio Llinás, Alejandro Vaca Bononato, Germán Gargano, Rosa Brill, Mariano Sapia, Nicola Costantino, Victoria Verlichak, Raúl Santana, Mercedes Casanegra, Mariano Sapia, Ana María Battistozzi y María José Herrera.

En 1999 realizamos el quinto seminario “¿Qué es el arte hoy? Cinco artistas en busca de una definición”. Antonio Seguí, Luis Fernando Benedit, León Ferrari, Víctor Grippo y Pablo Suárez dialogaban con Edward Shaw sobre definirse como artista en el complejo mundo de hoy.

En 2000 el sexto seminario se trató de “Visiones Singulares – Cinco artistas sin concesiones” reuniendo Roberto Elía, Oscar Bony, Marcia Schvartz, Fermín Eguía y Roberto Fernández en diálogo con Edward Shaw

En 2001 se presentó la séptima y última versión: “El artista en una sociedad en crisis” con Guillermo Kuitca, Arturo Carvajal, Luis Felipe Noé & Carlos Gorriarena, Sergio Bazán & Tulio de Sagastizábal, Américo Castilla & Oscar Smoje en diálogo con Edward Shaw.

Las transcripciones de los primeros tres seminarios fueron publicadas con introducciones escritas por Guido y han ido desparramando por el mundo: he tenido pedidos de usar los libros en cursos universitarios en Chile y Colombia. Falta ahora encontrar el auspicio para publicar las transcripciones de los últimos cuatro seminarios. En ciertos casos, como el de Oscar Bony, Víctor Grippo y Pablo Suárez, son testimonios espontáneos y frescos y, a la vez, profundos y reveladores, los últimos que quedan de ellos.

No hubo financiamiento para la octava versión del seminario. Se iba a llamar “¿Qué tiene el arte actual que ver conmigo?”. Dirigido a los alumnos, se trataba de una serie de temas que ayudaría introducir un estudiante al mundo de los artes visuales contemporáneos, con presentaciones de Guillermo Kuitca, Eduardo Costantini, Alicia de Arteaga, Julio Suaya y Nicolás García Uriburu entre otros.

Con el nuevo rector de la UTDT, Juan Pablo Nicolini, tratamos de seguir en otras direcciones. Tuvimos la idea de enviar una parte de la colección a una gira de universidades en los Estados Unidos. Hicimos una serie de contactos, pero los costos de embalaje, transporte y seguros sobrepasaron el presupuesto disponible. Con el presidente del ‘Board’ de la UTDT, Manuel Mora y Araujo, intentamos reestructurar la idea para mandar obras a museos provinciales, pero la constante incertidumbre financiera del país también coartó esta iniciativa.

10. Los galpones de Puerto Madero

En uno de los raptos de entusiasmo tan propio de Guido, compró los galpones de Molinos Río de la Plata, del complejo Bunge Born. Era un elefante blanco en busca de un domador avezado. Miles de metros cúbicos se sumaron en distintos grados de desorden y destrucción. Fuimos con Tom, Luciano y Guido: había una especie de jaula arriba de todo que le encantó a Guido para un futuro estudio. Cada uno se alucinaba con alguno de los espacios, pero ni la imaginación servía para ordenar este naipe de posibilidades. Volvimos vez tras vez con Luciano tratando de encontrar soluciones viables para los distintos espacios.

Guido y Luciano me pidieron el boceto de un proyecto para un renovado Instituto Di Tella en Puerto Madero, de alguna manera, compartiendo las actividades ditellianas entre el nuevo campus en Figueroa Alcorta y el molino de Puerto Madero. Recomendé la formación de un Comité de Desarrollo cuyos miembros ‘se destacarían por su capacidad de producir resultados, por su falta de vedettismo, sus credenciales académicas, su experiencia internacional, su visión de futuro y su compromiso con la cultura argentina como parte de la cultura internacional’.

Hice un perfil de una ‘mission statement’ y recalqué la necesidad de asegurar el financiamiento, en gran parte del alquiler de por lo menos la mitad del edificio a entidades institucionales o fundaciones. Fue un proyecto ambicioso pero factible en una Argentina de crecimiento sostenido. Las circunstancias no acompañaron la iniciativa y no se concretó.

Sobraban buenas ideas pero les faltaban candidatos para ocuparse con las variadas responsabilidades. Cuando Guido murió, el gigantesco proyecto aun no había logrado una definición.

11. Nuevo campus de la UTDT

Cuando Gerry estaba buscando los últimos millones de dólares para el plan maestro de la nueva sede de la UTDT en Figueroa Alcorta, me pidió un estudio que contemplaba la creación de una facultad de arte en el nuevo campus de la UTDT. Habíamos hablado mucho de cómo incorporar la antigua mística ditelliana en el emprendimiento actual. Concretamos el acuerdo con el MNBA para tener una sala dedicada a exposiciones que ellos generarían. Programamos un espacio más idóneo para esta colección de obras. Habría cursos, seminarios, se hablaba de las Becas Kuitca de nuevo, toda clase de iniciativas parecían posibles. Como suele suceder en la Argentina, durante los años que tomó conseguir los permisos oficiales, la economía nacional se deterioró, vino la crisis, y el proyecto se quedó en ‘stand-by’.

Se hizo un primer paso, como el gato marcando su territorio. Clorindo Testa diseñó una estructura en el parque del nuevo predio para determinados programas de estudios. Aquí colgamos una docena de cuadros de Daniel García, Mauro Machado y Emilio Torti, tres rosarinos con trayectorias en los Estados Unidos, y una obra de Julián Prebisch (Benedit), que acompañaba el clásico auto Di Tella en una sala grande. Coloqué un texto referente a Guido. Hasta allí logramos establecer una cabeza de playa en la futura sede de la Universidad.

12. Un acercamiento interamericano

En mis frustraciones con el estatus quo, busqué una manera de acercar los operadores en el circuito interamericano de arte. En este momento, el único punto de coincidencia es en los remates de Christie’s y Sotheby’s en Nueva York cada mayo y noviembre. Contacto directo entre mexicanos y brasileños o argentinos y colombianos no existe: se ven en Nueva York, o en algún evento clave en Europa o, en peor de los casos, en Miami.

Traté de diseñar un mecanismo que permitiera reuniones periódicas en territorios latinos. Si el arte latinoamericano vaya a tener alguna validez en el contexto global, son los mismos latinoamericanos que van a tener que lograr la inserción. Hoy no existe. Todos siguen mirando al norte, y cuando un artista latinoamericano es aceptado en el Norte, es un válido alternativo para un coleccionista del Sur.

Propuse que los jugadores fuertes en el tema se reunieran una vez por año, después de los remates neoyorquinos de mayo, en Miami y en la segunda semestre en algún lugar de la misma Latinoamérica. Así esta comunidad de intereses compartidos podría empezar a conocerse en situ. Las reuniones incluirían coleccionistas, marchands, artistas, críticos y otros interesados. Guido no lo vio como proyecto viable para su ministerio: tenía demasiados problemas insolubles a nivel internacional para distraerse como preocupaciones puntuales de este hemisferio. Otro proyecto se encontró relegado al archivo de sueños incumplidos.


13. El proyecto Paralelo 33º Sur

Mis viajes alrededor del globo empezaron a poner la geopolítica en un contexto más claro. Perdía la dependencia en la idea que el globo es euro-céntrico. Después de conocer Sudáfrica y Nueva Zelanda, me di cuenta de que los otros países del Sur tenían mucho que ofrecer al desarrollo de un plan de futuro para el Cono Sur. En todo el fin de mundo, o el comienzo según los artistas Joaquín Torres García y Nicolás García Uriburu, los ojos se dirigían hacia Europa y USA. Una iniciativa para estimular intercambio sería beneficiosa para todos. Elaboré un plan y lo presenté a Guido, que también se encontró en el puro diálogo norte-sur. Me dijo que la idea era ‘far-fetched’, o sea fuera del reino de la realidad.

Seguía el peregrinaje a solas. Las seis ciudades que cuelgan del Paralelo 33º Sur son Buenos Aires, Montevideo, Santiago, Sydney, Auckland y Ciudad del Cabo. Encontré interés en circuitos oficiales en Santiago y Montevideo. El proyecto captó la imaginación de la directora de la Nacional Gallery de Capetown y dirigentes de museos en Sydney. Mi contacto en Auckland, Wystan Curnow, en reacción al comentario de Guido, me dijo: “Por supuesto, la idea es ‘far-fetched’. Todas las ideas geniales lo son.” Pero Guido no cedió y no encontré el respaldo para intentar a desarrollar la idea, que contemplaba intercambios, no solos culturales, sino también de economistas y gente de gobierno.

Desde Chile recibí un apoyo de la DIRAC, dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde había sido jurado en sus programas de aportes a la cultura. Luisa Ulibarri, la directora, llevó mi proyecto a una reunión regional en Buenos Aires, donde se quedó archivado para futuro estudio. Había tenido un momento de esperanza cuando Teresa Anchorena, la directora del Centro Cultural Recoleta quería presentar el plan a Amalia Fortabat. Pero pidió incluir Europa porque sin el Viejo Mundo presente, no iba a prosperar. No prosperó y creo que está es mi más grande frustración entre los mil y una ideas con las cuales traté de tentar a Guido.

14. Muestra homenaje a Guido: primer intento

En 2002 propuse un proyecto a la familia Di Tella que reunía para mí tres inquietudes aún no resueltas: una nueva edición del Premio; una muestra de los participantes en los Premios Di Tella (o Experiencias) de 1962 a 1968, unos 40 artistas; y una exposición que llamé los “Juguetes de Guido” que, como dije en la propuesta, son “los objetos exóticos y excéntricos que juntó, una maravillosa mezcla de lo clásico con lo cotidiano que caracterizaba tan notablemente su genio”.

La idea para iniciar una nueva serie de Premios Di Tella consistía en que cada artista que había expuesto en versiones anteriores tendría el derecho de seleccionar un artista joven como concursante en esta renovada versión del Premio. El jurado incluiría un extranjero como en los primeros Premios: sugerí a Thomas Messer, presidente honorario del Museo Guggenheim. El jurado otorgaría cuatro premios del mismo tenor, parte en efectivo y parte en forma de una muestra individual con catálogo en el Borges durante 2004.

Avanzamos bien, hasta topar con la barrera del financiamiento. Tantos buenos proyectos fracasan en la Argentina por falta de políticas a largo plazo. Si la continuidad no es constante, las ganas de recordar florece cada tanto, y esas ganas serán el fundamento de reactivar la errática memoria argentina.

Fin

La colección de nuestros cuadros creció y las paredes de la UTDT fueron disminuyendo. Los tableros de las actividades universitarias se multiplicaron y se iba perdiendo la integridad visual de las obras. De a poco se iban retirándo a espacios más ocultos y ya se está concluyendo el ciclo. En este momento, el anhelo de Gerry y mío de una facultad de arte se está realizando, gracias a la iniciativa del actual rector, Juan Pablo Nicolini, y las actividades de arte ya son propias de un equipo interno bajo la dirección de Inés Katzenstein, joven veterana del MoMA y del MALBA.

Para nosotros la experiencia ha sido un lujo, poder tener nuestras obras en un hogar donde en parte se ha cumplido con el cometido de despertar las miradas de los 1.001 jóvenes que pasaron delante de ellos durante los cuatro años de su formación universitaria.


Edward Shaw
Tunquén, Chile
Octubre – 2008